5 de junio de 1967: guerra sin fin

*Primera parte Para los palestinos, el 5 de junio de 2017 marcó el aniversario de la guerra árabe-israelí de junio de 1967, también conocida como “Guerra de los Seis Días”. Durante casi dos décadas, entre 1950 y 1967, árabes y palestinos habían alimentado la esperanza de una segunda oportunidad para reparar la “catástrofe” (Nakba) original de la pérdida de Palestina en 1948-1949. Pero la guerra de junio de 1967 significó una recaída (Naksa): trajo la aplastante victoria de Israel y su ocupación de territorios que se encontraban bajo la soberanía o la administración de países vecinos: el Golán sirio, el Sinaí egipcio, Gaza y Cisjordania, y cientos de miles palestinos desplazados.   En efecto, diecinueve años después de la Nakba (1947-1949), Israel llevó a cabo una segunda expulsión de los palestinos de sus territorios durante y después de la guerra de 1967. De un cuarto a un tercio de la población palestina se vio desplazada, sin esperanza de retorno, e inició una nueva era en la que su totalidad pasó a vivir bajo un régimen de ocupación. La ideología que informa alimenta las operaciones israelíes militares legislativas y administrativas desde entonces es lo que explica mejor que estos desplazamientos forzados o limpieza étnica. Como lo ha descubierto una corriente de historiadores israelíes, ese proyecto se veía como algo necesario para solventar el problema de los judíos. Dado que los sionistas querían crear un Estado en un área donde los judíos eran minoría, cambiar ese equilibrio demográfico en favor de los judíos sólo era posible combinando la colonización de la tierra con una operación de limpieza étnica de la misma. En el plano regional, una consecuencia perdurable de la derrota de los países árabes frente a Israel fue la “palestinización” del conflicto árabe-israelí Si bien el nacionalismo palestino nunca dejó de verse influido por el círculo árabe en continuo cambio, es un hecho que después de 1967 su lucha se volvió más autónoma. A finales de ese decenio, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) se involucró en la resistencia armada con apoyo de su principal facción, Fatah, encabezada por su líder YaserArafat. Luego de su expulsión de Jordania por el rey Hussein durante el “septiembre negro” de 1970, el movimiento palestino fracturado en diversos grupos y se lanzó al terrorismo internacional, instrumento clave de su estrategia de supervivencia y al cual renunció en los años ochenta. Con la primera intifada (1987-1991) los palestinos lograrían retomar la iniciativa de su lucha. En el plano internacional, la guerra de junio de 1967 aumentó el valor estratégico de Israel para Estados Unidos y acercó más a los árabes a la Unión Soviética –si bien los árabes nunca tuvieron la incondicionalidad de Moscú como sí la tuvo Israel de Washington. Además, a partir de este acontecimiento los tomadores de decisión estadounidenses empezaron a tratar el estatus quo regional y la seguridad de las reservas petroleras (o sea, la seguridad de los países del Golfo) de manera separada del tema palestino. Esta política de aislar las diferentes dimensiones de la inseguridad regional también se relacionó con el aumento de la influencia del lobby israelí en Estados Unidos. La debacle de 1967 marcó profundamente los comportamientos y sistemas de valores. La guerra representó un parteaguas político en la región con el revivir del factor religioso entre los palestinos y árabes, pero también entre la población israelí. Al haberse reencontrado con los lugares santos del judaísmo (Hebrón, Jerusalén) el entusiasmo nacionalista israelí alcanzó su apogeo en el seno de la izquierda activista, de la derecha conducida por Menajem Begin, y sobre todo en los rangos del sionismo religioso. Los sionistas religiosos se organizaron en grupo de presión y obtuvieron del gobierno laborista el acuerdo para que se establecieran “implantaciones ideológicas” (como Gush Etzion o Kiryat Arba, cerca de Hebrón). La gloria de estos grupos llegó diez años después, con la victoria electoral del partido Likud en 1977 que fomentaba su ideología nacionalista y estaba decidido a hacer irreversible la integración de Cisjordania y Gaza a Israel. En 1988, a diez años de la llegada al gobierno del Likud, 75 000 israelíes se instalaron en Cisjordania y Gaza. Otros 120 000 judíos lo hicieron en el sector oriental de Jerusalén, declarada en 1980 “capital eterna de Israel”. La victoria de Israel también empezó a resquebrajar el pacto entre religiosos y laicos sobre el que descansaba el sistema político desde 1948. El sionismo, la ideología de consenso en Israel que a lo largo de treinta años había sido la retórica dominante, empezó a verse desafiada gradualmente a mediados de los años setenta, como resultado directo de la guerra de junio. La naksa, literalmente la recaída, se relaciona con la derrota árabe y palestina frente a Israel, pero también a la interrupción brutal del gran sueño del Estado árabe progresista, nacionalista y modernista que encarnaban el Nasserismo y el Baasismo, y que había culminado con la creación de la República Árabe Unida entre Egipto y Siria (1958-1961). La derrota de 1967 no fue sólo la de los países árabes frente a Israel, sino también la de las oposiciones seculares que se descompusieron frente al proyecto conservador e islámico de la monarquía saudí, el autoritarismo creciente de los liderazgos de monarquías y repúblicas y los efectos de la Guerra Fría. La guerra de junio de 1967 fue breve en combates, mas no en sus efectos. Éstos, que se sumaron a los de la tragedia original de 1948 (de hecho la guerra de junio de 1967 fue resultado de la guerra de 1948), marcaron para siempre y hasta la fecha los destinos de Medio Oriente, la política interna y exterior de Estados Unidos y la seguridad internacional.   Columna anterior: "Irán", el mantra