Estados Unidos se encuentra en una renovada polémica que enfrenta a partidarios de desechar lo que queda de su tradición racista y aquellos que defienden su "herencia histórica".
Para muchos estadounidenses, especialmente en las regiones consideradas como del sur y muy específicamente de raza blanca y sobre todo clase media baja, la tradición dejada por la rebelión secesionista de 1860-65 es parte de su herencia cultural.
Para muchos de ellos, se trata de "la causa perdida", una lucha glorificada y sanitizada por visiones románticas de caballerosidad e idealismo en defensa de una forma de vida, la autodeterminación y el derecho de los estados a regirse sin la interferencia del gobierno federal.
Claro que lo que no explican es que eso implicaba sobre todo la preservación de la esclavitud como sistema económico y aún ahora, con la discriminación racial como fórmula operativa social.
El diferendo no se saldó en la Guerra Civil, el conflicto más sangriento que hayan sostenido EU en su historia y que finalmente ganó el norte, un grupo de estados de economía industrial y principios político-religiosos mayormente antiesclavistas.
Pero el asesinato de Abraham Lincoln y las necesidades políticas de sus sucesor, Andrew Johnson, permitieron la preservación del aparato político sudista y la prolongación del racismo, con otro nombre.
De hecho, según el sociólogo James Loewen, "los confederados ganaron con la pluma (y la soga) lo que no pudieron ganar en el campo de batalla".
Tanto que de hecho hay más de un millar de monumentos a héroes confederados. Peor aún, muchos de los símbolos del sudismo han sido adoptados por grupos racistas y neonazis.
Aún así, ciudades como Nueva Orleans y Richmond han retirado monumentos a los generales sureños mientras estados como Alabama han propuesto y aprobado leyes para evitar que esos "monumentos históricos" sean retirados.
La polémica es feroz, sobe todo, porque muchas de las posiciones del actual gobierno están determinadas por ideas de un pasado idealizado.
Donald Trump gusta de vincular su presidencia a la de Andrew Jackson, un promotor del nacionalismo económico. Pero también, según el historiador Daniel Walker Howe, de la Universidad de Oxford, auspició una visión racista de EU y el desalojo de tribus indígenas de sus tierras.
La llegada de Trump al poder pareció dar a las a expresiones racistas que se veían olvidadas o por lo menos yacentes en los rincones de la nación estadounidense. Y esta vez, tanto como los afroestadounidenses son otros grupos étnicos, los latinos y los asiáticos, como las personas de religión islámica, quienes llevan el peso de los golpes.
Según el analista Howard Fineman, las preguntas "¿Quien es un ser humano?" y "¿quien es un estadounidense?" son dos de los temas no resueltos en el debate sociopolítico de su país, sujetos a interpretaciones de cada generación.
Pero a juzgar por las posturas, muchos de los participantes en el debate se quedaron en 1859.