Tienen un enorme valor las elecciones. Encarnan la opinión del electorado sobre su gobierno y las alternativas existentes. Son expresión autorizada de la voluntad ciudadana, y tienen efectos profundos en la sociedad. Y en esa medida, el día después de mañana será punto de inflexión para mexiquenses, coahuilenses, nayaritas y veracruzanos. Pero a diferencia de quienes piensan que las elecciones de este domingo determinarán profundamente el contexto electoral del 2018, soy de la opinión que su efecto será marginal.
El escenario está cantado desde hace al menos un año. En la izquierda, es notoria la solidez de la candidatura de López Obrador, a la par de sus dos dilemas perennes: primero, que su base nacional de un tercio de los votos pareciera ser también su techo; segundo, en términos beisboleros, que su talento para conducir en las primeras seis entradas del juego no pareciera replicarse en los tres episodios finales. Independientemente de ello, AMLO y su equipo arrancarán por tercera ocasión el largo trayecto de la contienda presidencial desde una posición altamente competitiva.
Ante ello, el PRI y el PAN viven un dilema paralelo que permanece sin resolverse. El desafío que enfrentan es construir una candidatura capaz, como la de Felipe Calderón en 2006, y la de Enrique Peña Nieto en 2012, de ser la primera preferencia de al menos un tercio del electorado (y con ello competir efectivamente contra AMLO), y ser también la segunda preferencia del tercer partido en la contienda. Así ganó Calderón hace once años—con muchos votos de simpatizantes del PRI que no votarían nunca por AMLO y vieron inminente la derrota de Roberto Madrazo, y así ganó EPN en 2012—con respaldo de muchos desilusionados con Vázquez Mota.
Y más allá de cómo incidan los resultados de mañana en la fuerza de los aspirantes a las candidaturas del PRI y del PAN, el reto para quien pretenda vencer a AMLO desde ahí permanecerá intocado: consolidar en breve una base firme en su partido y mostrarse con suficiente competitividad para ir cosechando así el voto útil del adversario derrotado del otro partido. De no lograrse esta coordinación, el escenario se irá haciendo más favorable para AMLO—como cuando no es necesario llamar al relevista de lujo porque se va ganando por muchas carreras. Gane quien gane el domingo, los votantes cuya última preferencia es AMLO amanecerán expectantes de que se forme un polo que los aglutine en 2018, y con dicho rasero medirán las acciones de los contendientes. A partir del día después de mañana, se acabó la temporada regular, e inician los play-offs. ¡Play ball!
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