El mundo es el reflejo de lo que los niños soñaron con hacer.
De niña jugaba con muñecas, con almohadas... con nada. No había celulares y mucho menos aplicaciones, no existía un mundo digital, no había pequeñas cárceles de espejos negros donde abstraerse de todo. Muy por el contrario, los niños eran los expertos en conectar con lo exterior, plantas, perros callejeros, lodo, desconocidos. No sé si soñamos un mundo mejor, pero crecimos un poco más afuera. Aterroriza pensar que aun así no fuimos capaces de tener sueños de libertad y amor suficientes para cambiarlo todo. No creo que faltó corazón, pero sí que faltó mucha fuerza.
Cuando veo a un niño sosteniendo un celular no puedo evitar clavar la mirada en la pantalla, quiero pensar que es fantasía digital lo que tiene en el dispositivo, pero demasiadas veces no lo es. Un pequeño humano es de por sí muy frágil, de por sí muy inseguro para crecer a la par de redes adultas donde se compite en popularidad, belleza y nivel de vida con impactos masivos, irreales y retocados. Si la presión de compararte con las bellezas de revistas fue gigantesco, no me puedo imaginar lo que debe de ser con los catálogos vivientes de perfección en las redes sociales, las vacaciones de ensueño, el círculo de amigos, la familia que, aunque retocada, luce perfecta. Me imagino que debe afectar, como un chip social de supervivencia élite insertado en el ojo... desde siempre... desde antes de tener pareja o profesión, con la idea de que todo es público y juzgable... todos lo son.
La gente, entonces, habita en catálogos que son renqueados en popularidad y los niños lo ven, lo aprenden a exponer y exponerse, a juzgar y ser juzgados y, en realidad, no sabemos qué sueñan, qué soñarán, con qué clase de mundo y si sabrán separar el juego popular de sus pantallas con la identidad real de una persona que busca sólo estar.
¿Cómo aprender entonces ternura y compasión? ¿Cómo volver a conectar en un mundo en donde todos somos cosas? Algunas cosas bonitas en el lugar correcto; y otras cosas que ofenden porque no piensan, son, viven, dicen o mucho peor: ¡se peinan o visten como ellos quieren!
Como si la filosofía que reina es que se vive para complacer, se toman decisiones para evitar críticas de personas que de todos modos te criticarán por otra cosa.
La vida apenas alcanza para experimentar con nosotros mismos, así que desearía que la conclusión a la que lleguen estos niños, asqueados de "likes" y seguidores desconocidos sea la opuesta... que no esperen nunca que alguien se detenga a complacer, y mucho menos jamás paren el impulso de ser ellos mismos por miedo a que alguien los juzgue... más libertad, más risas y despeine, a jugar en la lluvia, a reírse a carcajadas, a no tomarse las cosas tan en serio, a correr cuando se puede y dormir cuando no se debe, a llevar la contra aunque sea para divertirse un rato, aunque sea para conocerse un poco... un mundo de adultos que cansados de crecer a destiempo regresen a ser niños.