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Indigestión con Kiwi

OPINIÓN

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Mientras las ensaladas de Juan Carlos Osorio (la de ayer fue rusa) sigan trayendo consigo resultados positivos, será difícil hacerle una reclamación airada al técnico colombiano de la Selección. Se escudará en su indiscutible conocimiento del juego y en los marcadores favorables. Ayer, hizo nada menos que ocho modificaciones, en comparación con el duelo dominical ante Portugal. Es difícil jugar a lo mismo y apuntalar un estilo con hombres diferentes en cada partido, pero a pesar del apagón de la primera parte, corrigió y le ganó a un equipo de Nueva Zelanda que ofreció más pelea y tuvo más llegadas de lo esperado.
Como en muchas otras ocasiones, la Selección se contagió del bajo nivel de los once de enfrente y acabó indigestándose con kiwi. Tal parece que prefiere acercarse a los remolinos que navegar en mares bonancibles. Esa mala costumbre puede comprometer su clasificación a la siguiente ronda de la Copa Confederaciones. Tuvo que agigantarse la figura del arquero Alfredo Talavera para evitar que los de Oceanía marcaran por lo menos dos goles más. Si el portero te salva de una derrota ante un equipo semiprofesional, ya empezamos mal. Decíamos la semana pasada que la Confederaciones tenía que ser la confirmación del buen momento por el que atravesaba la Selección Mexicana, tras conquistar cuatro de seis unidades posibles en sus dos recientes partidos eliminatorios del Hexagonal clasificatorio al Mundial de Rusia 2018 en la cancha del Estadio Azteca. Pues bien, tras rescatar un empate in extremis ante Portugal y conseguir la remontada frente al conjunto neozelandés, dicha confirmación de mejoría está todavía en veremos, porque regalar 50 minutos, facilitar cuatro llegadas claras del contrincante y no ganar un partido asequible de manera categórica, eso es estancarse y no crecer. Desorientado y espeso, sin saber qué hacer con la pelota en avances telegrafiados y fantasmales, el equipo mexicano fue un ente invertebrado en el primer lapso. Encontró el GPS en el segundo tiempo y salió del letargo. Y es que hacía falta Héctor Herrera para dar concierto a los embates mexicanos. Y también las mejores elecciones de Damm y la contundencia de Raúl Jiménez, que se afianza como titular (si es que esto cabe dentro de la filosofía osoriana). Nadie puede negar que en esta generación de jugadores mexicanos hay mucho talento, pero falta quien tenga el chispazo genial, el gesto técnico grande, el poder para cambiar el rumbo de un partido y pesar más que los otros 21. Porque en los Giovani, los Fabián o los Damm hay capacidad, pero pocas veces la magia. Terminar a patadas y empujones con Nueva Zelanda, en lugar de ganarle sin apuros, fue una vulgaridad. Ojalá el Tri se ponga más serio el sábado ante los anfitriones.
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