Al mes preciso del asesinato del periodista Javier Valdez, el jueves 15, hubo fiesta en Los Pinos: El presidente Enrique Peña Nieto galardonó, junto con la élite de los conductores de noticias de México, al empresario Rogerio Azcárraga, dueño del Grupo Fórmula.
Hubo elogios mutuos entre el poder político y el poder mediático: “Este gobierno es y seguirá siendo respetuoso de la libertad de expresión”, expresó el mandatario. “Esto tiene mucha importancia en la administración del presidente Peña Nieto”, avaló el magnate.
El vocero presidencial Eduardo Sánchez, primer orador, habló en los mismos términos y lo imitaron Alejandro Grisi y Federico López Otegui, presidentes saliente y entrante del Consejo de la Comunicación, “voz de las empresas”.
Ni una palabra pronunciaron los hombres de empresa sobre la violencia contra los periodistas y los medios de comunicación --sus empleados y agremiados--, ni una tampoco Peña y su vocero. Menos se refirieron todos al crimen de Valdez ni a los otros 33 periodistas asesinados en el sexenio. Era una fiesta.
Pero mientras el jefe del Estado homenajeaba a un empresario de medios, a la misma hora --al mediodía, justo a la hora en que un mes antes mataron a Valdez-- cientos de periodistas se manifestaban en varios estados contra la escalada de intimidaciones, hostigamientos, agresiones y asesinatos de sus colegas, conductas criminales alentadas por la impunidad que sólo garantiza el poder público.
A esa hora también, en el Palacio Postal de la capital, más de 400 periodistas participaban en el segundo de tres días de trabajo en mesas temáticas para articular una #AgendadePeriodistas, una histórica reunión que más tarde se volvió protesta ante la fiscalía que aparenta investigar las agresiones contra el gremio.
Fue en este contexto que yo, reportero del semanario Proceso y columnista de El Heraldo de México --pero con la única representación de mí mismo--, me puse de pie en Los Pinos para exigirle de frente al presidente de México una rectificación a su conducta permisiva de la violencia contra los periodistas.
“Basta de sangre. Rectifique, Presidente. #NiUnoMás”, decía el pedazo de una camiseta de algodón que rotulé con pintura roja y negra antes de ir a Los Pinos, epicentro del poder que habita el jefe del Estado que, si tiene o no voluntad, puede evitar o auspiciar más muertes de periodistas.
Fue una protesta respetuosa pero firme, pacífica pero indignada y silenciosa pero exigente, en un recinto público, ante un servidor público --el más alto del país--, sobre un tema de interés público y de quien investiga y difunde asuntos de interés público.
Fui yo, pero pudo haber sido –puede ser-- cualquier periodista que se niega a ver como fatalidad la violencia contra sus compañeros y contra la sociedad toda.
Apuntes: El espionaje contra periodistas y activistas, revelado por The New York Times, exige de Peña algo más que decir que “no hay pruebas”.
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