En 2009, a pesar de todo, Francisco Garrido, gobernador de Querétaro, todavía creía en Ricardo Anaya: lo hizo coordinador de campaña de Manuel Aceves, candidato a sucederlo. Los aplasta, sin embargo, José Calzada, del PRI, en el proceso electoral. Anaya terminó como coordinador del PAN en el congreso local, donde lució como orador y polemista de temas sin hacer trabajo legislativo.
A comienzos de 2010, año de reacomodos en el PAN tras la muerte de Juan Camilo Mouriño, ganó Anaya la presidencia del partido en Querétaro por su acercamiento con el calderonismo. Roberto Gil, quien quería dirigir el PAN nacional y candidato del presidente Calderón, buscó a El Cerillo, como apodan a Anaya, para que le ayudara. Sin embargo, Gustavo Madero, presidente de la Comisión de Hacienda en el Senado venció a Gil.
No hay dudas: El Cerillo es bueno para perderlas todas. Y como un acto de mala suerte suele atraer una mala racha de situaciones, la derrota de Anaya en su primera operación nacional apareció con golpes mediáticos en Querétaro por posibles actos de corrupción en el sexenio de su ex jefe Garrido. Leal a su amigo, Gil, entonces secretario particular de Calderón, entró en su rescate al lanzarle un salvavidas que lo llevó a la subsecretaría de Turismo. Además, Anaya obtiene una diputación federal por aquello del fuero, por si Calzada decidía perseguirlo.
Su mayor logro en menos de un año como subsecretario fue arrebatar el tianguis de turismo anual a Acapulco para llevarlo a otras playas. Hoy, entre panistas se vacila en torno a la nueva invitación de Gil a El Cerillo para colaborar en la campaña presidencial de Josefina Vázquez Mota: “¿O no les importaba que fuera un perdedor? ¿O era parte del plan?” Es que después de conocer la tragedia electoral de 2012 –la primera– de la ex candidata se quedó la duda sobre si el objetivo fue no darle apoyo para provocar la caída ante Peña y AMLO.
Mientras unos panistas cayeron en desgracia Anaya, sin embargo, siguió adelante. Cohabitó en la Cámara de Diputados con el maderismo, su grupo adversario interno. Alberto Villareal, hombre de todas las confianzas del presidente del PAN, lo nombró vicecoordinador parlamentario.
Se integró en las comisiones de Hacienda, Presupuesto e Infraestructura de una legislatura que pasó a la historia por el ejercicio de cobrar “moches” a gobiernos locales para darles recursos. Dudas y miradas cayeron sobre El Cerillo. La relación, que le permitió esa posición, con el equipo de Luis Videgaray, secretario de Hacienda, no sólo le dio protección, sino que elevó su figura: Anaya se convirtió en presidente del Congreso.
De esta forma dejó en el camino no sólo a Villareal sino al experimentado José González Morfín, para quien era esa posición. El Cerillo se acercó a Gustavo Madero, presidente del PAN, con quien hizo su propia historia.
Golpe bajo: El presidenciable al que todo se le permite desde Los Pinos sigue en Bucareli. Ahora se comprueba que es espía y no pasa nada.
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