Decir que Venezuela está en el ojo de una tormenta sería sólo indicar lo obvio.
Es una tormenta en la que entran factores de propia creación, producto de problemas estructurales, pero también de las ineptitudes, la estulticia y la ceguera de las autoridades en el poder.
A la mezcla igualmente se añaden factores internacionales. De lo económico a lo ideológico.
Ciertamente nadie sabe bien a bien lo que ocurre en Venezuela, aunque la mayoría de las versiones es negativa cuando menos y crítica la mayoría de las veces.
El retrato más frecuente es el de un gobierno antidemocrático que trata simplemente de crear más mecanismos de control para imponer un modelo de nación al que se opone un sector muy considerable de la población.
Ese gobierno es enfrentado por una población que al menos en principio es encabezada por diferentes grupos opositores, de políticos más o menos tradicionales y de clases que antes fueron dominantes.
Pero al margen de que lo hayan sido, el problema es que nadie está seguro bien a bien de su tamaño. Lo que sí es seguro es que es significativa y que debe ser escuchada.
El hecho sin embargo es que el problema ya trascendió lo político para convertirse en uno social y económico, con ribetes internacionales en el que elementos de izquierda y derecha en el mundo tratan de buscar puntos de referencia de la "Guerra Fría".
Y en medio de la crisis resultante quedan millones de venezolanos, empobrecidos algunos, carentes de satisfactores los más, al menos según la gran mayoría de los recuentos que salen de ahí.
Los "pajaritos" del régimen lo atribuyen todo a una conspiración de la reacción local aliada con interese extranjeros.
La oposición es más sofisticada. Lo atribuye simplemente a un gobierno represivo, mal administrador y que busca crear un clientelismo sin ton ni son.
Algunos creyeron que el gobierno de Hugo Chávez era la solución a los problemas de una nación donde el sistema democrático tradicional, con dos partidos centristas, parecía agitado en la corruptela y el anquilosamiento.
El problema es que el modelo de gobierno munificente planteado por Chávez, el que otorgaba becas y subsidios, el que compró aliados y amistades, se agotó junto con la caída de los precios de las materias primas.
Y los que fueron -o aún son- beneficiarios, no aceptan el "status quo ante". Volver a su situación anterior.
Otra parte de la población, la que se opuso a Chávez por motivos ideológicos y por conveniencia económica, que tuvo o quizá todavía tiene acceso a satisfactores, no puede menos que sentirse agredida por un régimen represivo.
Y si a eso se añaden las crecientes expresiones internacionales de preocupación y algunas mejor intencionadas que otras ciertamente-, el gobierno de Maduro puede tener razón en sentirse bajo estado de sitio.
El problema es que puede encontrar a su principal enemigo en el espejo.