La política es el arte de servir. Como tal, y viviendo en democracia, quienes son elegidos en las urnas deben entender que su tarea primordial es el representar los intereses de la población y nunca los propios. El gobierno, como decía Lincoln, es el del pueblo para el pueblo y por el pueblo.
Así, el ejercicio del poder debe ser ligado a una responsabilidad monumental para quienes lo ejercen. Lo que se pone en las manos de alcaldes, ayuntamientos, legisladores, gobernadores y el presidente es, sin lugar a dudas, el patrimonio de los mexicanos, pero por encima de todo es la confianza de la gente, su presente, y su futuro.
La corrupción no es privativa de un grupo o un partido, pero tampoco debe ser concebida como una cuestión cultural irremediable. El sistema nacional anticorrupción es uno de los primeros pero grandes pasos que se están dando en torno al combate serio, y frontal a la corrupción. Quienes se han enriquecido a costa de la población, quienes han abusado de su posición para favorecer a cercanos, quienes han dejado de lado su responsabilidad de servir deben afrontar las consecuencias.
La ética del servidor público debe ser intachable. El imperativo categórico de Kant responde a la necesidad de actuar bajo preceptos que puedan ser elevados a norma universal, y plantea el jamás usar a nadie como medio. Así el político debe entender que su objetivo, su fin, es el de mejorar las condiciones de sus representados, y nunca es el ejercicio del poder el medio para, a través de la población, enriquecerse.
Sin embargo, es importante resaltar que la ética política, o en la política, no se reduce a no incurrir en actos de corrupción. El político debe ser consciente de que sus decisiones, cualesquiera que sean, impactan en la vida diaria de los ciudadanos. Y estos deben involucrarse en las decisiones de los primeros, obligarlos a ser mejores, y por encima de todo no participar en ninguna ilegalidad.
Todo esto puede resumirse en un concepto que ha sido motor de mi labor pública. La vocación de servir. Esa que invita a trabajar por el bienestar general por el encima del particular. Y esa que delinea de manera firme la ética en la política, a la que se refería la Madre Teresa de Calcuta cuando afirmaba que quien no vive para servir, no sirve para vivir. Quien entra a la política para enriquecerse, no tiene cabida en la misma.
Vivimos tiempos convulsos, la corrupción parece ser un problema generalizado. Hay quienes han buscado señalar y denostar. Sin embargo, hay también quienes nos hemos preocupado por combatirla, y desde nuestra trinchera hemos trabajado para erradicar las malas prácticas. La ética en la política es la que distingue a los grandes estadistas, de los malos gobernantes, y se ha vuelto tema central de una nueva sociedad informada e involucrada.
Por: Miguel Ángel Chico, senador por el PRI