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Buenos muchachos

OPINIÓN

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Casi todos eran caciques –ni una hoja se movía sin su consentimiento–, autoritarios y represores. Pero hicieron obras que transformaron la vida de sus sociedades. En un país ahogado en corrupción, ¿quiénes fueron buenos gobernadores aun cuando no eran monedita de oro? Hijo de un campesino, Agustín Yáñez fue un intelectual y un novelista famoso que gobernó Jalisco a finales de los 50. Roderic Ai. Camp destaca entre sus obras la Facultad de Filosofía y Letras; la reinvención del Premio Jalisco para reconocer contribuciones a las letras y las artes; la construcción de una nueva Escuela Normal, el archivo estatal, la biblioteca pública y la Casa de la Cultura; aumentó los fondos de la Universidad de Guadalajara y la orquesta sinfónica. Invirtió el presupuesto en construir escuelas. Dos panistas son el revés: Francisco Ramírez Acuña y Emilio González. Samuel Ocaña –1978-1985– provenía de la sierra. Creador de instituciones, fundó Radio Sonora y un centro para financiar los estudios universitarios de miles de estudiantes. Rescató la música local y publicó la Historia de Sonora. Era médico y un día que le practicó la autopsia a un cadáver, al encontrar huellas de tortura (y de esposas en las muñecas), ordenó detener al cuerpo de policía. Su némesis es Guillermo Padres. En Oaxaca –1986-1992– Heladio Ramírez, descendiente de indígenas mixtecos, fundó la Universidad Mixteca, construyó caminos y carreteras y ayudó a cientos de comunidades a salir de la marginación y el abandono. En su tierra lo saludan con afecto. Ulises Ruiz es el lado opuesto. El único político que ha gobernado un estado dos veces –1984-1988 y 1996-2000– Víctor Cervera tenía un dinosaurio en el escritorio y una compleja personalidad. Feroz con la oposición, en su precaria formación era un visionario. Creó un mando único de policía y desarmó a las municipales en Yucatán, el estado más seguro del país. Construyó un puerto donde recalan cruceros; fundó un instituto para administrar miles de cenotes, grutas y algunas playas en beneficio de comunidades pobres y creó las bases que convirtieron al estado en un gigante turístico. Era austero y trabajaba hasta que amanecía. La otra cara de la moneda es Ivonne Ortega, su sobrina. En Nuevo León y Coahuila los gobiernos de Alfonso Martínez Domínguez y Óscar Flores recibieron carretadas de dinero del petróleo antes de la crisis del 82 e hicieron obras aún recordadas en sus estados. De lo peor en ambas entidades: Natividad González y Enrique Martínez. Había corrupción –Flavio Romero, de Jalisco, fue encarcelado– pero los excedentes petroleros comenzaron a desviarse con descaro hace 17 años, antes de que una nueva generación de gobernadores diseñara estructuras institucionales para saquear. ¿Qué detonó esta violenta mutación generacional? Antes el presidente destituía y nombraba gobernadores a su antojo, en una mixtura de venganzas y castigo a malas gestiones. Desde la transición democrática, la vista gorda de tres presidentes acusados de corrupción acompañó la metamorfosis de los gobernadores-dinosaurios en las mentes criminales que se instalaron en los palacios de Gobierno.   Columna anterior: Bicicletas.