Ya sé que decir que la venganza es un plato que se come frío es un lugar común. Me permito recurrir a él porque más allá del trabajo colectivo, el título 12 de las Chivas tiene la impronta de Alan Pulido.
No voy a perder de vista su sequía goleadora durante el torneo. Cargar con 761 minutos sin anotar –diez partidos y ocho rivales, entre ellos Tigres- no es como para presumir, pero marcar dos tantos en los partidos clave es altamente meritorio. Por supuesto no demerito el esfuerzo del equipo, mucho menos el planteamiento de Matías Almeyda.
Pulido llegó a las Chivas en el Apertura 2016, después de un paso gris por el futbol de Grecia y marginado del futbol mexicano por sus diferencias contractuales con la directiva de Tigres. El delantero no la pasó bien. Y las burlas de Ricardo Tuca Ferretti, asumo, le calaron hasta el tuétano, sobre todo aquella de que regresaría al club con lágrimas de cocodrilo pidiendo perdón. Ni qué decir de que lo tachó de narcisista por los minutos que invierte frente al espejo peinándose el copete.
Alan Pulido disfrutó como muchos el anhelado campeonato del Guadalajara. Pero sólo él se regocijó de vencer a su ex equipo así, con la magia de su pie. Y, por cierto, sin despeinarse. La lección que queda es que la mesura debe privilegiarse en cualquier situación. Hablar en la cancha siempre dejará mejor parados a jugadores y entrenadores que hablar fuera de ella. Recurrir a la descalificación y escarnio de otros le pone pimienta a los juegos, pero alimenta rivalidades innecesarias, siembra el encono que no abona a nada bueno.
Cuando llegó a Chivas, la directiva anunció que Pulido era una pieza de la maquinaria que se estaba construyendo en pos de ese título. La jugada salió a pedir de boca. La labor de Almeyda merece mención aparte. Es paradójico que un entrenador extranjero haga campeón a un equipo de puros mexicanos, sobre todo por los constantes señalamientos que los entrenadores foráneos no conocen la idiosincrasia de los nacionales. Lo que Chivas hizo para ser campeón fue suficiente a pesar del robo arbitral a Tigres. Con el respeto que me merecen los silbantes mexicanos, Luis Enrique Santander fue el fiel de la balanza en la final. Ya sé que los hubieras no existen, pero ese patadón, clarísimo, de Jair Pereira sobre Ismael Sosa se traduce, por decir lo menos, en que Tigres fue despojado de la posibilidad de alargar el partido.
La final quedó manchada por el yerro arbitral. Sí, el arbitraje es un circunstancia del juego. Confío en que en breve en la Liga MX la tecnología se convierta en una herramienta indispensable para despejar dudas. Es verdad que los árbitros tienen fracciones de segundos para marcar o no una falta. Bueno, pues entonces echarles la mano con la tecnología nos viene bien a todos.
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