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Volver al futuro

OPINIÓN

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Los mexicanos somos de procesos largos, pensaba ayer mientras corría en Coyoacán, pero las cuentas pendientes de las instituciones con la democracia, casi treinta años después del mayor escándalo de fraude en una elección presidencial, nos dejan en un estado de hundimiento similar al de Sonny Liston aplastado por Muhammad Ali, hace medio siglo. Y no solo las instituciones: los ciudadanos nos debemos mucho a nosotros mismos en cuanto a la imposibilidad de hacer mutar la indignación en acciones, y dejar a un lado la indolencia y la mirada de avestruz de los que nos enojamos y acabamos en el Starbucks rumiando y bebiendo un Ice Caramel Macchiato. El otro día, curioseando una montaña de periódicos, me parecía estar de regreso en 1988, cuando empecé a escribir: las mismas desconfianzas y alarmas previas, la atmósfera siniestra –partidos anticipándose a denunciar fraude y un gobierno que no acepta una sola acusación de intervención– todo acompañado ahora de pilas de dinero en campaña–, y protagonistas notablemente más grandes que sus antecesores, en un sentido mafioso. La diferencia abismal es que la corrupción de José López Portillo parece un juego comparada con los atracos confirmados en la generación más nefasta de gobernadores que no pertenecen solo al PRI, y un sistema de partidos y gobiernos acusados a cada rato de corrupción, de impunidad política y de incapacidad. ¿Esta es la democracia que deseamos? ¿Es este el sistema de partidos que escribió en El Heraldo el senador Miguel Ángel Chico, representa genuinamente la organización básica de la democracia y de sus valores? Si pudiéramos encontrarnos ante una imagen que representara al sistema político, veríamos un campo de guerra repleto de muertos y heridos arrastrados por la corrupción, la impunidad, las complicidades, las peleas de grupo, las ambiciones de poder. Es mucho lo que estará en juego en la elección del Estado de México y esto exige responsabilidad del presidente de la República, de los partidos, sus dirigentes y estructuras. Estaremos ante la más significativa movilización de votantes en un estado en la historia de las elecciones, considerando que es el padrón más grande del país. La diferencia es que al PRI esta vez se unirán pero en serio en macro todos los partidos de oposición para formar la mayor puesta en escena de electores llevados a votar. No es menor el riesgo de que el 4 de junio pueda trasladarnos de regreso a lo que ya vivimos antes: lluvias caudalosas de denuncias de ilegalidades, alegatos de fraude y un escándalo internacional que siempre nos deja como los mexicanos salvajes. Nuestra democracia, con todo lo terriblemente imperfecta que es aún, no merecería un mazazo calibre Muhammad Ali que la llevaría al pasado, en un estado de ruina similar al de Sony Liston hace medio siglo, aplastado por el Negro Guapo de Kentucky. Columna anterior: De pejes y sapos