Una de las tragedias que al parecer estamos a punto de atestiguar en México es que en el proceso electoral para seleccionar presidente en 2018 no habrá ningún empresario que haya levantado la mano para convertirse en candidato independiente. La ausencia de este interés es un reflejo de la podredumbre en la que se ha convertido la política en México, y el hecho de que ningún individuo que haya creado una empresa de renombre demuestre la más mínima inquietud para contender, exhibe nuestra incapacidad como sociedad para impulsar todavía más arriba a quienes ya han demostrado ser exitosos.
Veámoslo bien. Los mexicanos que han mostrado interés por contender de manera independiente son, en su mayoría, políticos; o cuando menos han ganado su fama en el ámbito de la opinión pública. Ahí está Armando Ríos Piter, político, que no encontró su ruta en el PRD. Jorge Castañeda se bajó de la contienda, pero es reconocido por sus opiniones y análisis en temas internacionales. Pedro Ferriz fue periodista con muchos seguidores, y su fama llegó a millones entre ciudadanos proclives a un país pro-empresarial. A su vez, Javier Alfaro, político, podría intentarlo usando su base tapatía si el Movimiento Ciudadano no lo respalda. El Bronco también podría hacer un intento independiente, quizá con resultados limitados. Pero no hay empresarios.
En otros países sí se ha permitido que empresarios de éxito gobiernen. En Chile Sebastián Piñera lo hizo entre 2010 y 2014. Él tiene una de las fortunas más cuantiosas de Chile, que empezó con pequeños negocios inmobiliarios. En Italia el empresario Silvio Berlusconi —muy polémico, por cierto— fue Primer Ministro en varias ocasiones. En Perú, Pedro Pablo Kuczynski, actual presidente, fue un banquero de inversión dedicado a comprar y vender empresas por más de una década. En Estados Unidos no solo Donald Trump ha sido empresario: Jimmy Carter lo fue con un negocio de agricultura dedicado a los cacahuates; los dos Bush lo fueron con el petróleo en Texas; y Herbert Hoover lo fue en la industria minera.
No hay garantía de que un empresario sea buen presidente. No obstante, el hecho de que ni uno solo aparezca en el escenario de 2018 en México —cuando ya es posible presentar candidaturas independientes—, es preocupante. Detrás de esa ausencia hay una implicación grave: la sociedad mexicana no propicia que esos liderazgos se catapulten.
Al parecer estamos condenados a que nos gobierne en 2018 —quienquiera que gane— un individuo que ha hecho de la política su modo de vida. No hay nada de malo en eso, sobre todo si gobierna bien y construye sobre lo ganado. Sin embargo, sería deseable que, aun perdiendo, alguno o varios empresarios levanten la mano para que nos digan cómo replicarían su éxito para hacer que todos los mexicanos prosperásemos.