Justicia selectiva

Alfredo Castillo no sólo ha traicionado al deporte como titular de la Conade, también se ha traicionado a sí mismo

Cuando el presidente Enrique Peña Nieto nombró a Alfredo Castillo como director de la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (Conade), hace dos años, en abril de 2015, la familia del deporte nacional quedó en shock: ¿Qué habilidades tiene un policía para merecer el nombramiento? La incertidumbre pronto se transformó en agrado. Castillo anunció que él llevaría a cabo la tan anhelada limpia que desde hace ya varias décadas le urge al deporte mexicano. Sentenció con sus palabras a los presidentes de las federaciones: no habría espacio para la corrupción ni la transa, tampoco para quienes hicieran mal uso del dinero público destinado al desarrollo deportivo de los atletas, para quienes se interpusieran en el camino del éxito; él, el policía que en Michoacán enfrentó a algunos de los peores modelos del crimen organizado, pondría en su lugar a los integrantes del cártel del deporte. Cierto. Sus palabras llevaban una gran dosis de exageración, de promesas imposibles de cumplir e, incluso de mentiras, pero pocos repararon en ello. Le endulzó el oído a los agraviados, les dijo lo que querían escuchar. Generó esperanza e ilusión. Se echó al bolsillo la voluntad del atleta cansado de enfrentar a un sistema deportivo descompuesto y oxidado que funciona a duras penas, que entrega medallas a cuenta gotas y que mantiene sumido al país en los más altos índices de sobrepeso y obesidad. Deportistas, entrenadores, directores de institutos estatales, presidentes de asociaciones. Todos le creyeron. Tuvieron fe. El tiempo se encargó de abrirles los ojos, de ayudarlos a descubrir que la justicia que Alfredo Castillo –quien claramente no es un juez- se comprometió a impartir es selectiva, tiene unos ojos que miran a quién perseguir. Si un federativo está en su gracia, puede seguir cometiendo las atrocidades que al director de la Conade tanto indignaron y que lo motivaron a iniciar su cruzada contra la corrupción en el deporte. Por el contrario, si el presidente no goza de su estima la persecución es de tal calibre que raya en la revancha. Una versión contemporánea, y distorsionada, de: “A mis amigos: justicia y gracia; a mis enemigos: justicia a secas”. Hace unos días, Nuria Diosdado no se aguantó las ganas de denunciar que el presidente de la Federación Mexicana de Natación, Kiril Todorov, no le ha entregado al equipo de nado sincronizado premios que suman más de 17 mil dólares y que la Federación Internacional le entregó para tal fin. Alfredo Castillo no metió las manos. No dijo esta boca es mía. Ni en éste ni en ningún otro caso de excesos que los federativos siguen cometiendo. Se replegó. Ahora nada de a muertito. Maneja el bajo perfil. “Nos pareció correcto que limpiara las federaciones, pero no lo hizo con todas y ahí empezó la disyuntiva: ¿lo hace realmente por mejorar el deporte o sólo por cubrir algo?”. Esta reflexión de Nuria Diosdado pinta de cuerpo entero a Alfredo Castillo. Prometió para quedar bien. Quedó a deberle a todos. Traicionó al deporte y se traicionó a sí mismo. Columna anterior: La del Estado de México no es la presidencial