Santaclós era surfer

Esperábamos al camión que nos llevaría desde la playa de Olympos a Anatolia. No había mucho qué hacer, y para cuando nos informaron que nuestro transporte venía retrasado, ya nos habíamos quemado todas las actividades posibles: desde entrarle al gozleme (unas como quesadillas turcas) y al ayran (un yogurt liquidísimo) que vendía una doña malencarada, hasta observar a las arañas jurásicas colgando de las vigas y a una gallina cruzar la carretera y esquivar la muerte una y otra vez.
Así que nos entretuvimos con un mapa que mostraba, ilustradas, las atracciones turísticas de Turquía. Al sur del mapa, cerca de unos derviches bailarines, había un Santaclós con lentes oscuros y tabla de surf. Ya también se nos había agotado la conversación, así que nuestro ocio se puso a escudriñar a ese extraño punto rojo del mapa: ¿qué hace un santo cristiano (y polar) en el mapa de atracciones turísticas de un país musulmán (y en su zona más calurosa)?
Consultamos al oráculo de internet (cosa tan difícil allá, donde la Wikipedia está bloqueada), y descubrimos que San Nicolás era de la región de Licia. Sin embargo, técnicamente el santo no era turco, pues allá en el siglo IV, cuando repartía regalos por esos lares, esa región pertenecía a Grecia. Para complicar aún más todo esto de los derechos sobre el hombre del ho-ho-ho, los italianos tienen algo que alegar: los restos de Nicolás de Myra están repartidos entre los relicarios de la basílica de Bari y la de Venecia.
La disputa no se limita al Mediterráneo, claro: todo el mundo quiere reclamar la patente de Santa. Los daneses alegan que Sinterklaas (un viejo de barba blanca vestido de escarlata que monta un caballo blanco) es la base de todo el folclor que hoy conocemos como Santaclós, tan distinto al solemne y plano San Nicolás de los iconos bizantinos. Los alemanes tienen una obsesión con la Navidad, y varios de sus pueblitos se ajuarean de olanuda parafernalia navideña apenas cae el otoño; aunque no han tenido la desfachatez de apropiarse del icono, sí han hecho un remix entre un dios pagano similar a Odín y el gordito risueño que los daneses atesoran. Hasta los rusos quisieron su cachito de Santaclós en tiempos de la revolución: cuando la religiosidad y el consumismo estaban prohibidos, revivieron en la cultura popular a Ded Moroz, un anciano mago barbado de gruesa túnica azul que apapachaba a los niños con dulces durante Año Nuevo.
Por fin llegó el camión que nos llevaría a pasear por la tierra del Santa original. Y aunque nos encantaría hacer una moción por recuperar la imagen playera del gordito favorito de los niños, todos sabemos que el verdadero héroe navideño vive en las latas de Coca-Cola y tiene una estación fotográfica patrocinada por Mattel y Lego en cada centro comercial.