En búsqueda del contrapeso real

La diversificación ha sido una aspiración permanente en la política exterior mexicana. La codependencia con Estados Unidos (EU) hace que nos persiga, la intentemos una y otra vez, la repliquemos como mantra y en algunas coyunturas, creamos haberla alcanzado. Ante la incertidumbre sin precedente que priva actualmente en la relación México-Estados Unidos, conviene repensarla y comprender algunos de sus alcances. La califico como mantra porque se ha replicado sin aparentemente convencernos de que una diversificación genuina se logrará cuando las relaciones internacionales de México encuentren un contrapeso real a Estados Unidos. Se trata de una cuestión de equilibrios, más aún para el caso de vinculaciones tan asimétricas como la que se guarda con EU. Pero también considero que una estrategia de diversificación eficaz debe generar más poder de convocatoria global y dotar de un mayor margen de maniobra política y estratégica para el Estado que la busca e instrumenta. Resulta una aproximación a la diversificación muy ambiciosa, pero que permite entender con más precisión —satisfacción y alivio, agregaría— el objetivo que ha perseguido la política exterior al privilegiar diálogos prioritarios con actores clave del sistema internacional como, por ejemplo, el que se ha procurado con los países de la Alianza del Pacífico o los del G20. Probablemente sea sesgo personal, profesional y generacional, pero no veo qué otra relación bilateral pueda equilibrar a la que sostenemos con el vecino de norte. Nadie es indispensable, pero por ahora, EU se antoja irreemplazable tan sólo si consideramos las aristas más inmediatas como la dinámica binacional diaria y multidisciplinaria en los 3,140 kilómetros de frontera común; por los 35.7 millones de personas de origen mexicano que residen allá y el cerca del millón de estadounidenses que viven aquí. Pero existe un factor que hace que la búsqueda de un contrapeso a EU la haga todavía más compleja y es la posición de potencia hegemónica que éste ha ocupado desde el fin de la Guerra Fría. Si consideramos solamente este aspecto y en términos de países que en lo individual podrían alcanzar el equilibrio, el menú de alternativas se reduce al día de hoy a uno sólo y es la China de Xi Jinping, quien por primera vez, preside desde el martes pasado el XIX Congreso del Partido Comunista Chino (PCC) y que después de una semana entera, las bases y las élites partidistas en cónclave, lo reelegirán como su líder así como al nuevo “politburó”. Pero lo relevante de este congreso quinquenal del PCC que concluye mañana, es que coincide con el aislacionismo estadounidense basado en una visión nativista de la defensa del nacionalismo. Mientras, Washington se centra en el proteccionismo, denuncia el Tratado de Asociación Transpacífico (TPP), el Acuerdo de París y se retira de la Unesco, Pekín deja a un lado el bajo perfil internacional diseñado por Deng Xiaoping, y continúa no sólo endosando el multilateralismo y el “surgimiento pacífico” de Hu Jintao, sino que las tres horas y media del discurso de apertura del Congreso del PCC de Xi, junto con el que pronunció en Davos, marcan un parteaguas en la trayectoria internacional china. Los últimos discursos de Xi han presentado su apuesta por el liderazgo global y por erigirse como el principal defensor de la globalización. China no ha buscado antagonizar públicamente a EU y sus aliados, pero Xi es consciente que su narrativa tiene cabida porque en el imaginario chino, Estados Unidos está abriendo el espacio para hacerlo. Xi percibe el reacomodo de fuerzas o el surgimiento del desorden en el mundo occidental como una oportunidad estratégica para que China contribuya en la construcción de un sistema más equitativo sin verse en la obligación de desmarañar el orden internacional. En palabras propias de Xi, su propósito es que China “rejuvenezca como nación”. Quiere dejar de ser un mero consumidor del orden normativo internacional para convertirse en un activo participante en su diseño, desarrollo y ejecución. Y esto es lo que está demostrando con su iniciativa “Un Cinturón, Un Camino”. Mientras EU genera vacíos, Xi construye un andamiaje internacional que para 2049 –que coincidirá con el centenario de la creación de la República Popular China— logrará que su círculo de amigos se haya extendido a cerca de 100 países e instituciones internacionales. Está echando a andar un neocolonialismo a partir de proyectos titánicos de infraestructura, a través de préstamos ad hoc, sin condiciones que reubicarán a China en una nueva posición geopolítica mundial. Es una nueva manera de hacer política internacional hacia el Tercer Mundo o en términos multilateralistas, es una reinvención del G77+China edición 2.0., es decir, con recursos y un liderazgo global más asertivo. No se puede diversificar la política exterior de la noche a la mañana. Apremia que decidamos si queremos realmente desplegar una diversificación genuina y de ser el caso, evaluar quién es el potencial país, los países o las regiones que pueden surgir como el contrapeso real que garantice un nuevo equilibrio en la política exterior de México. ¿Queremos que sea China, considerando que hoy es el principal polo de poder que actúa casi al mismo nivel que EU y que pareciera estar lista para operar en territorios fuera de su influencia tradicional? ¿Queremos que sea Japón y la red de los 11 países que mantienen el TPP? Durante los últimos meses me he hecho esta pregunta casi diario y, sobre todo, cada vez que a la luz de tuits amenazantes, intento darle cauce a la nueva realidad de México en Norteamérica. ¿Qué sigue en la política exterior mexicana?   Columna anterior: ¿Y qué hay entre el Nobel de la Paz y México?