Samuel Cema Marcial tiene 35 años. Desde los 15 trabaja como diablero en la Central de Abasto (Ceda) de Iztapalapa. Sus jornadas empiezan entre las 2:00 y las 6:00 de la mañana, según la nave en la que le toque trabajar. Puede cargar hasta 600 kilos de verdura, carnes o abarrotes, según lo pidan los clientes.
Es el sustento de su familia en la CDMX, donde vive con su esposa, y en Veracruz, su tierra natal a la que mudó a sus hijos cuando empezó la contingencia.
[nota_relacionada id=947475]Por ellos, asegura, va a aguantar el COVID-19 hasta que, como ocurrió con la influenza H1N1, todo pase.
“Pienso aguantar, a ver qué Dios dice. No me da miedo, ya pasé la influenza y esto también va a pasar. No puedo salir corriendo a esconderme, porque también necesito comer”, dijo a El Heraldo de México.
En la Ceda hay alrededor de 13 mil diableros; ingresan ahí a través de alguna de las 26 asociaciones que los representan. Deben tener una credencial con foto, además cada uno paga una cuota distinta (según la organización) por usar el diablito y poder trabajar.
Samuel ganaba hasta 400 pesos por un servicio. Ahora que los restaurantes cerraron, a la central llegan personas a hacer las compras para sus despensas, pero son pocos los que requieren un diablero.
Gano como 60 o 70 por ciento menos. Antes ganábamos hasta 400 pesos (por un servicio). Ahorita no, hay gente que viene (pero porque trabajaban en oficina y están descansando), compran poco y se lo llevan a ellos. Es gasto familiar, y antes era de hoteles, salones, venían por mayoreo”, recordó.

Por Nayeli Cortés
eadp