"Pero estamos al aigre (sic) libre”, grita una señora a tres policías que interrumpen su clase de baile en el kiosko de La Alameda Central de la CDMX.
“Por las normas sanitarias deben retirarse”, ordena uno de ellos a los 50 alumnos para quienes la bachata es más importante que respetar a #susanadistancia y no contagiarse de COVID-19.
La intervención de la policía llegó después de una hora y 15 minutos en que hombres y mujeres chocaron sus palmas, se rozaron, y cambiaron varias veces de pareja, porque la regla es no bailar siempre con la misma persona.
Es mediodía. Han pasado 17 horas desde que, a unas calles de ahí, el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, pidió a los mexicanos no salir de casa para evitar que el contagio comunitario rebase la capacidad hospitalaria.
Pero a ellos no les importa mucho. Algunos abandonan momentáneamente a su pareja para tomar un poco de gel antibacterial de la botella dispuesta en el barandal del kiosko.
“Sí sé de la sana distancia y por eso me salí. Estoy harta de que el señor este (López-Gatell) nos diga por la tele, como tres veces al día, que hay que quedarnos en casa. Si algo me va a pasar, me pasará afuera o en mi casa”, dice Martha, una mujer de 50 años que cubre su rostro con un tapabocas rosa.
Al final, Manuel, el maestro de baile, decide suspender: “Chicos, un aplauso para ustedes. Vamos a regresar con más fuerza”.
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