Son las 7 de la mañana en la estación Camarones de la Línea 7 y en el andén con dirección a Barranca del Muerto se escucha el eco de los pasos de los escasos usuarios presentes.
Con calma y sin empujones, ingresan al convoy con asientos disponibles. La sana distancia parece posible. Algunos portan barbijos, otros los miran con recelo.
Ante la contingencia sanitaria por el COVID-19, alrededor de 3.3 millones de usuarios dejaron de usar el Metro.
La jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, reportó que la reducción en la afluencia de usuarios representa 61 por ciento, respecto a los a 5.5 millones que a diario lo saturan.
El flujo humano en Tacuba, terminal de cercanías de la Línea 2, no amerita que los policías repartan indicaciones sobre la forma de portar las mochilas y consejos para el cuidado de pertenencias.
Llegar al Zócalo toma 15 minutos. En el tren impera el silencio, son días de guardar y ni rijosos ni vagoneros habituales desentonan con la ocasión.
En la estación Potrero de la Línea 3, centro habitual de vendedores ambulatorios, ninguno de ellos intentará su habitual faena de burlar la vigilancia para colocar sus productos.
Los usuarios que se dirigen hacia el sur están atentos a sus celulares, casi todos sentados.
Y LO QUE FALTA
Si la semana pasada el flujo de personas fue inusualmente bajo en restaurantes, cafés y bares de la capital, este lunes, el panorama es aún menos concurrido y más desolador para los comerciantes: ni una decena de comensales se ve en las calles.
En restaurantes y cafés ubicados a los alrededores de Paseo de la Reforma la situación es desértica.
Una o dos mesas ocupadas por aquí, turistas europeos y estadounidenses, principalmente, y un par de amigas charlando por allá.
Sonia se encarga de un bar restaurante en Génova. Tres pisos y aforo para más de 200 personas;por la tarde, a la hora de la comida, sumaban ocho. [nota_relacionada id=929555 ]
Por Carlos Navarro y Ender Marcano
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