El estigma de un pueblo

LA TRAGEDIA MARCÓ A TLAHUELILPAN, QUE SOBREVIVE SIN AYUDA y CON miedo

TLAHUELILPAN. La Zona Cero, como la llaman los pobladores, es una herida abierta, un recuerdo imborrable en los habitantes de Tlahuelilpan. La mayoría no ha olvidado el olor a carne quemada, los gritos de dolor de sus familiares que corrían y giraban en el piso intentando apagar el fuego de sus cuerpos que ocasionó la explosión en el ducto Tuxpan-Tula de Pemex.

La tragedia ha marcado a este pueblo, uno de los más antiguos de nuestro país y con un elevado grado de marginalidad. Aquí la gente se ha vuelta hosca, no quiere socializar, tiene miedo, porque en las calles rondan los allegados de los huachicoleros.

Algunas familias se han visto obligadas por la necesidad, por la falta de oportunidades, a buscar el sustento en este negocio ilícito que sigue cobrando vidas.

Los pobladores observan desde sus ventanas a los pocos turistas que por error o por curiosidad llegan al municipio. Las calles están casi vacías.

En este lugar hay muchas carencias. La gente tiene pocas áreas de oportunidad para conseguir un empleo.

Es algo que tiene molestos a los habitantes, quienes, hartos del bajo desarrollo económico, amenazaron con linchar al alcalde, Juan Pedro Cruz Frías.

Al cumplirse un año de las explosiones, el edil reconoce que no hay avances, que la situación sigue complicada. “Le hemos quedado mucho a deber a la gente, después de esa tragedia, como gobierno municipal, gobierno estatal y como gobierno federal”, comenta el munícipe.

“Me llené de júbilo cuando, después de la explosión, el presidente Andrés Manuel (López Obrador) prometió que habría un proyecto de infraestructura y desarrollo económico para Tlahuelilpan, pero lamentablemente eso no ocurrió. A un año, las cosas siguen igual, no hay forma de acabar con el huachicol en Tlahuelilpan sin nuevo empleo y desarrollo”, señala, con molestia.

Para Fernando Cruz, quien trabajaba en un taller mecánico antes de que su hijo José Ángel Cruz, de 15 años, muriera calcinado por las llamas, su vida se apagó ese 18 de enero. Hoy es alcohólico y no sólo perdió el empleo; su esposa lo abandonó, porque cree que el muchacho sigue vivo.

“Lo busqué por todas partes, pero no fue posible. Incluso en otros estados; fui a León (Guanajuato), Querétaro, San Luis (Potosí), hasta que un día me dijeron que, por los estudios de ADN, en los restos de los dientes y la sangre, lo encontraron… dicen que aquí quedó”, comenta, mientras aprieta con fuerza el manubrio de su bicicleta y limpia con su camisa rota y sucia sus lágrimas.

El pueblo de Tlahuelilpan sabe que siempre vivirá con el dolor y la llaga que dejó la explosión de hace un año… dejó una herida en sus habitantes.

POR ÉDGAR LEDESMA

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