SISOGUICHI, Bocoyna, Chih. Habían pasado 15 horas del parto cuando el esposo de Luz María logró comunicarse al hospital para pedir ayuda. Decía que se le estaba muriendo porque había retenido la placenta y en su comunidad ya no sabían qué hacer para ayudarla.
La hermana Lupita no lo pensó dos veces. Se subió a la ambulancia con un compañero para ir por la mujer rarámuri hasta Ojachichi. Manejaron tres horas para llegar a las faldas del cerro en donde vivía la joven. Eran las 11 de la noche y todavía tenían que caminar dos horas más para encontrarla.
En la cima del cerro, los familiares de Luz María ya la tenían enredada en una cobija que sujetaron con palos para bajarla. La madrugada se les fue en llevarla a Sisoguichi para extraerle la placenta, y luego a San Juanito, para su recuperación.
De anécdotas como ésa vive el Hospital de la Tarahumara de Sisoguichi, el cual se fundó en 1947 y fue el primero en llegar a la Sierra. A la fecha, continúa a cargo de la atención médica de por lo menos 13 comunidades del municipio de Bocoyna y 70 por ciento de sus pacientes son indígenas rarámuri.
El hospital se sostiene de donaciones en especie y monetarias, así como de jornadas médicas en las que enfermeras y doctores voluntarios prácticamente regalan las cirugías a quienes más lo necesitan.
Pero el corazón del hospital está en la atención que brindan las religiosas María Luz Palacios, María Guadalupe Fuentes, María del Buen Consejo y Verónica Valles, quienes dedican su vida a ayudar a los habitantes de las comunidades de uno de los municipios con mayor índice de pobreza en Chihuahua.
Además de las cuatro religiosas, en el equipo hay 20 personas: un médico general, dos enfermeros, un químico, dos internos, personal de cocina, intendencia y farmacia.
En una semana reciben hasta 300 pacientes. Aunque el costo por consulta es más una cuota de recuperación, la mayoría de las veces absorben el gasto de atención porque quienes acuden no tienen para pagarlo.
Las hermanas cuentan que principalmente atienden a niños, niñas y adultos mayores con problemas gástricos por la contaminación del agua que consumen de los ríos, ya que no hay acceso al recurso potable.
Sobre el nivel de desnutrición, comentan que han logrado disminuir los casos con un programa de peso-talla con niños y niñas de 0 a 5 años.
Un caso que marcó a la hermana Vero fue el de Rosita, una niña rarámuri de dos años que internaron por desnutrición. En cuatro meses que estuvo internada alcanzó su peso y aprendió a caminar y a hablar con ellas.
El trabajo y las necesidades no terminan, por lo que las hermanas solicitaron el respaldo de la ciudadanía para impulsar los proyectos que se necesitan para mejorar la atención.
POR ADRIANA ESQUIVEL
Monjas operan hospital sin recursos
DEDICAN SU VIDA A ATENDER A 13 COMUNIDADES RARÁMURI, EN UN CENTRO QUE SE SOSTIENE DE DONACIONES Y CON MÉDICOS VOLUNTARIOS