LERMA. José Eduardo Pedrero Chávez es estudiante de segundo año de preparatoria. Como a cualquier joven, le gusta la música y disfruta salir con sus amigos. Sin embargo, Lalo, como le llaman en familia, sufre sordera desde los dos años, causada por una hipoacusia bilateral profunda.
En la actualidad cuenta con 30 por ciento de comprensión del lenguaje, apoyado con la lectura de labios, pero cada día los aparatos para oír le ayudan menos, por lo que eventualmente, también perderá la capacidad de hablar y quedar aislado del mundo.
El joven, de 18 años, sueña con escuchar mejor para comunicarse de forma eficiente, pero requiere de un implante coclear que tiene un costo de 30 mil 800 dólares por cada oído. La asociación civil AMAOIR le donará la cirugía en el Hospital General Doctor Manuel Gea González, pero no aparato que es una tecnología de importación.
La familia de Eduardo está en la búsqueda donativos para pagar el implante y que él pueda elevar su calidad de vida, lo que le permitirá aumentar a 70 ciento el entendimiento de una conversación.
Una prótesis auditiva amplifica el sonido, pero un implante coclear, es un dispositivo tecnológico que se instala adentro de la cabeza, para hacer el trabajo de las partes dañadas del oído interno (cóclea) y enviar señales sonoras al cerebro.
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“La sordera no sólo dificulta saber que dicen los otros, también impide que otros comprendan lo que el afectado quiere decir”, explicó el presidente de AMAOIR, Gonzalo Corvera Behar. “El resultado es el aislamiento social, se obstaculiza el proceso de enseñanza aprendizaje”, dijo.
En el Edomex 2.5 millones de personas padecen de alguna discapacidad; 35.9 por ciento, es por sordera, según el Inegi.
“Su problema es en oído interno. Llegará un momento en que ningún aparato auditivo le va a funcionar”, señaló Corvera.
“Además de que va a perder memoria auditiva, también perderá la capacidad de hablar”, comentó su mamá Mónica Chávez.
Cuando era niño, el Instituto Nacional de Rehabilitación lo evaluó como candidato al implante coclear, pero como tenía cierto nivel de habla, lo descartaron.
“En la escuela, los maestros hablan muy rápido o bajito, me cuesta trabajo entender. Si se voltean al pizarrón, ya no entiendo nada”, comentó Lalo, que sueña con ser fotógrafo.
POR LETICIA RÍOS
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