Fue una marcha que hoy vive en la leyenda. Más de 150 mil personas –jóvenes, adultos, hombres y mujeres– en silencio, marcharon a lo largo de Paseo de la Reforma, desde el Museo Nacional de Antropología e Historia hasta el Zócalo.
Era el 13 de septiembre de 1968 y una marcha que se desarrolló en medio de un silencio atronador, que estremeció a quienes lo escucharon a lo largo de su recorrido y que medio siglo después, todavía ensordece y aún aturde.
Fue la última gran marcha del Movimiento Estudiantil de 1968. Si la manifestación del 28 de agosto había confirmado la fuerza alcanzada por el movimiento de protesta, la marcha previa del 13 de septiembre se convirtió en desafío a un gobierno que ya se sentía acorralado.
"Fue uno de los actos más limpios (y por lo tanto valientes) de la Historia de México, amparado, justificado, y explicado por dos palabras: libertades democráticas", escribiría el ahora finado Eduardo Valle, "El Búho" en un libro de fotografías inéditas publicado hace 10 años .
Pero bajo la superficie de aquel momento histórico, ese en el que los estudiantes y su movimiento parecían acariciar un triunfo, había en su seno brutales divisiones, lo mismo entre los representantes de la izquierda organizada –notablemente el partido comunista– y disidentes de las juventudes comunistas, que entre maoístas y trotskistas, guevaristas o espartaquistas.
Y eso, sin contar a los que no eran de izquierda, o las divergencias entre representantes de la Universidad Nacional y los del Instituto Politécnico, o de los demás miembros del Consejo Nacional de Huelga.
Ya para entonces los nombres de Raúl Álvarez Garín, Gilberto Guevara Niebla, Marcelino Perelló, Eduardo Valle, Luis González de Alba, Sócrates Amado Campos Lemus, Tomás Cervantes Cabeza de Vaca y algún otro, se habían convertido en familiares para los interesados en el movimiento y en líderes no elegidos del Consejo Nacional de Huelga (CNH).
Los desacuerdos eran lo mismo sobre los rumbos del movimiento, que sobre las peticiones hechas al gobierno, sobre la importancia o no del diálogo con el gobierno y quién o quiénes deberían tener la voz cantante.
Y siempre el recelo sobre la penetración del gobierno, sobre la acción de agentes provocadores.
Y ese ambiente era lo que privaba el 10 de septiembre, cuando un acuerdo que según algunos fue impuesto por Álvarez Garín decidió que la manifestación sería en silencio, y así ocurrió.
Fue el momento en que nació también la "V" como símbolo del Movimiento del 68.
Ángel Verdugo, de la Escuela de Físico-Matemáticas del IPN, contaba años después que mientras caminaban, con el continuo temor de represión, al pasar casi enfrente del Seguro Social, en Paseo de la Reforma, una señora que estaba ahí saludó con la mano en alto y los dos dedos separados, la "V".
El saludo fue replicado, una y otra vez. Y así entraron al Zócalo. Era un acto de reafirmación ciertamente.
Apenas dos semanas antes, algunos miles de jóvenes remanentes de la gran marcha del 28 de agosto habían sido expulsados de la Plaza de la Constitución por tanquetas y soldados de un gobierno que así rechazaba el intento de presión que trataban de ejercer los grupos más extremos del movimiento.
La decisión no había sido apoyada por todos, pero de acuerdo con un testigo, la necedad y la fiereza de González de Alba ganaron el debate.
Desacuerdo o no, a nadie le gusta la represión, y la Marcha del Silencio se hizo. Y a su manera triunfó.
"Si fueran unos cuantos miles, su callado transitar por el recorrido señalado sería la culminación de una extraordinaria hazaña", consignó "El Búho".
Porque sucedió lo que muchos sueñan y pocas veces ocurre, cuando de calles y edificios, de casas y oficinas comenzaron a llegar cientos y millares de personas, estudiantes y oficinistas, hijos y padres, que se concentraron y se formaron en la explanada del Museo de Antropología.
Y el paso de la Marcha del Silencio fue saludado con más silencio. Un mutismo que sonó a ovación constante y la acompañó desde las oficinas en edificios de Paseo de la Reforma a las personas que se alinearon a los lados de avenida Juárez, el breve quiebre en San Juan de Letrán (ahora Eje Central) y luego por Tacuba, hasta el Zócalo.
Y al momento de entrar en ese espacio, con la Catedral a la izquierda y el Palacio Nacional al frente, el rugido de aquellos que llegaban y aquellos que ya los esperaban ahí. Un momento de exhilaración y triunfo, de una victoria que a los pocos días se convertiría en tragedia, pero no, a pesar de todo, en derrota.
Y en la memoria queda esa marcha del silencio. Imborrable, inolvidable para quienes la protagonizaron y para quienes vieron pasar, desde aceras y ventanas, aquel río de personas que en algunos casos se habían tapado la boca con tela adhesiva, para subrayar su mutismo.
Fue la última gran manifestación del 68. El momento que algunos sintieron como el cruce de una "línea roja" que pudo haber convencido al gobierno de que ya no tenía otra salida que la represión.
El hecho es, en todo caso, que la represión comenzaría en los días siguientes y se haría visible en Zacatenco, Ciudad Universitaria, Santo Tomas, Tlatelolco... Pero quedó el desafiante rugido de la Marcha del Silencio.
Por JOSÉ CARREÑO FIGUERAS