En dos pueblos de Chilapa, municipio de la montaña de Guerrero, no hay médicos ni transporte, y para el siguiente ciclo escolar no se tiene la certeza de que las escuelas estén en posibilidad de abrir sus puertas.
Hace más de un mes, cientos de familias salieron de Ahuihuiyuco y Tepozcuautla. Muchas no supieron de qué huían, pero prefirieron no preguntar ni quedarse para averiguarlo.
En redes sociales se advirtió que si para el 9 de junio no abandonaban sus hogares, hombres armados ingresarían a quemar casas y a matar a quienes encontraran. Llegado el plazo la gente huyó como pudo.
Razones para escapar había de sobra: desde 2015 en Ahuihuiyuco al menos 30 personas fueron desaparecidas o asesinadas; en Tepozcuautla la cifra alcanza ya una docena.
El gobierno instaló en las comisarías de ambos pueblos bases militares que resguardan la zona las 24 horas, con la finalidad de evitar la irrupción de civiles armados. La autoridad estatal ha identificado a dos grupos del crimen organizado en la región: Los Ardillos y Los Rojos.
Apenas el pasado martes, a menos de 50 kilómetros, en Ahuacuotzingo, fue emboscada una camioneta que trasladaba recursos del programa Prospera, de Sedesol, lo que dejó un saldo de 7 personas muertas, entre ellos cinco policias y dos empleados de Bansefi.
El comisario de Ahuihuiyuco, Ambrosio Vázquez Casarrubias cuenta que cuando comenzó la huida, entregó su bastón de mando al gobierno municipal y pidió permiso para dejar sus funciones por 15 días.
Aunque no había certeza de que la amenaza fuera real, la psicosis colectiva lo atrapó y decidió también abandonar la comunidad. Tras el éxodo muchos campesinos perdieron sus cosechas de maíz por la desatención a sus tierras, a otros más les fue robado su ganado.
Pese a la presencia militar la desconfianza sigue. Los médicos no han regresado y escasea el transporte público. En las escuelas no hubo clausuras porque los maestros también huyeron y las familias aún no saben si volverán a inscribir a sus hijos para el siguiente ciclo escolar.
El 9 de junio nada pasó, tampoco en los días posteriores, empero, esta es la realidad en algunos pueblos de Guerrero, donde la violencia se siente, aunque no haga presencia.
Por Carlos Navarrete