Diecinueve pasos. Sobrevivir en primera persona

Caminé torpemente, di tres pasos. El fuerte movimiento no me permitía avanzar y mientras tomaba mi celular, caminé cuatro más. No podía sentir el miedo y pensé: esto no está pasando. No era fatalista y confiaba en encontrar el mejor camino. Tuve que sortear varios obstáculos para avanzar más, uno, dos, me detuve en la recepción, imposible seguir; tres, cuatro, cinco, vi caer libros y sillas. Observé las escaleras principales: ¡Por ahí no! –pensé. Apenas un paso más cuando encontré a Isaac que gritaba: “Por la escalera de emergencia”. No las veía, pero sentí tranquilidad de encontrar una cara familiar y confié en que él conocía el lugar mejor que yo; se detuvo para darnos paso. Confiada seguí: siete, ocho, nueve. Caminé 19 pasos, la escalera de emergencia se encontraba a 60. Se apagó la luz, desaparecí.

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Sentí un intenso vacío, como si una torpe bocanada de aire frío invadiera mi interior al punto de bloquear mi respiración. Era esa nube de edificio que penetraba mi garganta y se instalaba en mi cabello, en mi cara, en mi cuerpo. Podía palpar con mis manos los añicos que yacían a mi alrededor, podía oler a frío y sentir mi piel raspada. La losa estaba a 10 centímetros de mi cara, mis piernas casi inmóviles, no así el tronco y mis brazos; encorvada e inclinada, sobre piedras que se me enterraban. Sepultada en un espacio vital, pero ilesa. La esperanza volvió a mí al sentir el celular en mi mano; encontré mis lentes a un costado y marqué y marqué… Al estruendo más fuerte le siguió el silencio más desolador. Al movimiento más brusco, una quietud poco esperanzadora. Ante la inminente muerte, destellos incansables de vida... y ahí estaba yo, hombro con hombro con Isaac. Nos aseguramos de estar bien y rezamos: “Ángel de mi guarda, mi dulce compañía...”. Experimenté todas las emociones posibles en los primeros segundos. Le siguieron minutos, que se convirtieron en horas hasta que se cumplió el día, todo ello patrocinado por la adrenalina.

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Olvidé entonces el hambre y el sueño, sobrevivir era más importante. Entendí que era mejor hacer del baño y no llevar el registro del tiempo. Aprendí a dosificar la pila y memoricé el número de mi hermana. Respiré profundo y me mantuve positiva: "¡Saldremos!" decreté. Pude dar 19 pasos, era imposible dar más. Pero mi mente no tenía obstáculo alguno y podía andar tantos más como yo decidiera. Sobrevivir no dependía de nadie, tan sólo de mí. El encuentro con mi hermana fue la imagen a la que recurrí. Entre tanto tenía que callar el susurro mental que me recordaba las voces que se fueron silenciando, que insinuaban que nadie vendría en nuestro auxilio y llevaban el preciso paso del tiempo. Tener los ojos abiertos o cerrados daba lo mismo, tenía que centrarme en algo diferente a esa oscuridad y entonces volvía a la imagen del encuentro. “¡Ayuda, ayuda!”, clamamos por ella desde el primer minuto. Unimos nuestras voces para hacernos escuchar, advertimos que una voz más se sumaba, era Paulina, ya éramos tres.

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Escuchamos claramente que rescataron a alguien y nos devolvió la esperanza, gritamos con toda nuestra fuerza. Sentí que la emoción me invadía y entre gritos lloraba pensando en mi hermana. Temí deshidratarme y me detuve. Silencio total. Siguieron largas horas, confieso que en algún momento me aburrí. Cuéntame algo, le pedía a Isaac, aunque ya conociéramos nuestras vidas, nuestros miedos y aquello que haríamos al salir (nunca lo dudamos). Cuidaba mis lentes y mi celular, en la losa que yacía sobre mí, tenía un hueco donde los guardaba. Exploraba el entorno con mis manos ansiosas deshaciendo aquella pedacería. La inmovilidad se tornaba incómoda y mi cabeza no hallaba sostén. Se escuchó la maquinaria a lo lejos, pero pronto se fue acercando hasta sentir un ruido ensordecedor. Los gritos de ayuda crecían. Una, dos, tres y a gritar juntos. Sentí un cansancio extenuante. Hacíamos ruido golpeando con vidrios, tubos, piedras. ¡Estamos aquí, sáquenos!, gritábamos ya desesperados, temí desmayarme. Volvió el silencio. La voz que me devolvió por primera vez el alma al cuerpo apareció 30 horas después de las 13:14:40 hrs. del 19S. Fuimos rescatados seis horas después Paulina, Isaac y yo. El cuerpo de rescate coreaba mi nombre mientras la llovizna mojaba mi cara ¡cómo no sonreír! Hoy se cumplen tres meses de aquella tarde en la que sólo pude caminar 19 pasos, pero logré dar miles más con mi fuerza y determinación. En este espacio, seguiré compartiendo cada paso que doy en mi nueva oportunidad de vida. https://www.youtube.com/watch?v=8j96E3vxIMo POR LUCÍA ZAMORA PARA ISAAC, MI HÉROE. PARA QUIENES SIGUIERON CAMINANDO EN OTRO PLANO
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