Miles de penitentes se flagelaron la espalda hasta dejarla en carne o arrastraron cruces de madera durante kilómetros para redimir sus pecados en el Jueves Santo filipino, famoso por sus ritos sangrientos.
En la provincia de Pampanga, al norte de Manila, devotos de todas las edades caminaron descalzos por las calles durante kilómetros hasta la histórica Catedral de San Fernando, construida a mediados del siglo XVIII durante la época de la colonización española.
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FOTOS: EFE[/caption]
A lo largo de la travesía muchos de los penitentes se azotaron con látigos, abriendo además incisiones con cuchillas para que la sangre refrescara sus espaldas en carne viva hasta llegar a la basílica, donde adultos y niños del público les propinaron unos últimos golpes.
John Espinosa, de 26 años, lleva once años haciendo penitencia, pues cree que le da buena salud a su hijo Johan de 6 años, asegura que en la adolescencia "llevaba una mala vida, estaba siempre borracho con mis amigos e incluso salía a la calle con pistola".
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Sin embargo, asegura, todo cambió con los primeros latigazos: "ahora llevo una vida recta. A pesar del dolor físico, completar la penitencia me hace sentir muy bien por dentro".
Si bien la mayoría de los devotos que llegan a la catedral lo hacen a golpe de fusta, otros optan por una penitencia menos sangrienta aunque igualmente dolorosa: cargar a la espalda una cruz de madera de entre 20 y 40 kilos de peso.
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Foto: EFE[/caption]
Buscar la redención experimentando en las propias carnes los tormentos que según la Biblia sufrió Jesucristo en el Calvario es una tradición muy extendida en Filipinas. La Iglesia Católica, sin embargo, la desaprueba.
El padre Ricarthy Macalino explica que la Iglesia Católica "no promueve estos sufrimientos autoinfligidos y flagelaciones" y trata de disuadir a los fieles, aunque tampoco se opone con contundencia ya que son costumbres muy arraigadas desde hace décadas.
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POR EFE



