La elección del lugar, el restaurante Candela Romero, dentro del hotel St. Regis sobre Paseo de la Reforma, el uso de un inglés con acento escocés para la presentación, un menú clásico compuesto de cinco platos que no dan lugar a equivocaciones compuesto por: Tiradito de pulpo, cochinillo Pekín, cordero lechado, mole con atún y cerdo ibérico y un postre llamado “Te extraño, Oaxaca” y, por supuesto, una selección de cinco whiskies que representan a Glenmorangie, emblemática bodega cabeza de ventas en Escocia.
Comenzamos la cata con “The original” y el tiradito de pulpo, perfectamente ligados por los matices cítricos y toques a frutos secos, que ingeniosamente se repiten tanto en el whisky como en el platillo, resaltando la complejidad de ambos.
No me gustaría olvidar ese elegante toque picante que ambos ofrecen, resaltando los matices yodados del pulpo. Creo que es perfecto para acompañar platos de pescado blanco y marisco.
La segunda opción que probamos fue “La Santa”, que se maridó con un taco de cochinillo Pekín. Aquí las notas de esta variedad de whisky fueron las de cálidas especias mezcladas con la suavidad de las pasas, miel y caramelo. Justo las que nos aportaba la melosa carne de cochinillo con sus aromas sutilmente orientales.
Llegamos a mi plato preferido, el cordero. Y si a este le aplicas la técnica de la cocción a baja temperatura (sousvide) la competencia queda desarmada, pero si a este le añades esas notas de naranjas de mi andaluza Sevilla de final sedoso y persistente, el sándalo, la nuez y el chocolate oscuro, puede llegar el fin del mundo, que nuestros placeres habrán quedado saciados.
Cómo penúltimo whisky nos dieron a probar el “Néctar Dior”, pero bajo mi punto de vista, la elección de un mole de sutil y de tímida presencia quedó anulado bajo la fiereza, contundencia diplomática de las notas a chocolate blanco, apple pie, especias balanceadas y limón de esta propuesta.
Y como colofón un postre conformado por un pastelito de chocolate, “Te extraño, Oaxaca”, con helado de vainilla y hueso de mamey que, a pesar de su básica apariencia, resultó acorde con el Glenmorangie de 18 años, de notas a caramelo, vainilla y toques florales. Final redondo y suave. Ah y un aplauso a mi paisano el chef David Izquierdo, su obra denotó un perfecto control de la técnica elegida para cada uno de los ingredientes seleccionados.
Por Juanma Martínez Rodríguez