El lenguaje inclusivo genera debate: algunos lo aceptan, pero muchos lo rechazan, lo ven como una sugerencia innecesaria e, incluso, hay quienes se burlan y lo ridiculizan.
El español es, en realidad, sexista. Divide. Invisibiliza. La Real Academia Española (RAE) establece que la separación para la denominación de géneros es innecesaria, puesto que el femenino está incluido de manera
implícita dentro del masculino. ¿Las mujeres estamos implícitas dentro de un grupo de hombres? ¿No necesitamos ser nombradas?
Si se quiere llamar de manera genérica a un grupo de 20 mujeres, se les dice “todas”. Esto cambia cuando un hombre entra al grupo: “Todas” se transforma en un “todos”. Qué importante. Qué genial contar con el poder de cambiar el género de un pronombre sólo por aparecer, por ser hombre.
Si se revirtieran los papeles y en un grupo de 20 hombres, una mujer entrara de pronto, nada cambiaría. “Todos” seguiría siendo “todos”. Lo que pretende la inclusión es una reestructuración del lenguaje, convirtiéndolo en neutro, y que en consecuencia, exista un cambio de estructura del pensamiento, de interacción, un cambio social. Horizontalidad. Coexistir sin ventaja alguna.
POR DANIELA DOMÍNGUEZ LASSARD (COMUNICACIÓN)
INVITADA: UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA
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