En tiempos turbulentos se encuentra el país. Tras el resultado de las elecciones del pasado 1 de julio la reacción de la ciudadanía ha sido sorprendente; previo a los comicios los medios se encontraban inundados de comentarios mesiánicos y apocalípticos a diestra y siniestra, la hostilidad de los señalamientos incrementaba de manera alarmante y los más pesimistas presagiaban una crisis sin parangón en la historia de este país. A pesar de todo, la misma tarde del domingo ya se respiraba una calma aparente ¿acaso el miedo inexpresable de una sociedad harta?
Lo que es cierto es que el resultado, para bien o para mal, es para todos. No obstante esa misma tarde comenzaron a aparecer las sentencias de conformes e inconformes: los partidarios mas enardecidos del bando victorioso echando del país a quienes no favorecían al presidente electo, todos los demás buscando deshacerse de su angustia, al despertar la de quienes lo favorecieron “espero que en verdad tengan razón porque si no…”. Había llegado el momento de la verdad, de responsabilizarse por lo dicho y de comenzar a trabajar, la calma incipiente con que se está encaminando el proceso de transición, a pesar de ser grata y encomiable, me hace pensar en la gran angustia que nos embarga. La angustia es un temor no identificado, un sentimiento físico de malestar inasible, es un “algo no anda bien, no sé qué pero algo no funciona”, es un miedo inconsciente, es un miedo que nos paraliza, que no nos deja estar en paz y que no podemos enfrentar por que no sabemos que es eso a lo que le tememos.
Creo que en el caso que nos ocupa esto se debe a que como nación hemos llegado a un punto decisivo, hemos probado las distintas opciones que actualmente ofrece el sistema político mexicano y solo nos falta el que próximamente ocupará el ejecutivo, la respuesta de México fue contundente: ¡¡¡estamos hartos!!! A pesar de ello y aún con la esperanza de cambio, subyace el pensamiento de que ésta es la última, no hay más opciones, o jugamos de manera magistral nuestra última mano o tendremos que replantear todo el sistema político mexicano (cambio que es a todas luces necesario). Lo sabemos, pero no hacemos mucho, la disputa en las redes sociales no tardó en reaparecer y los críticos de AMLO enardecieron ante las inconsistencias entre su discurso pre y pos elecciones, la reunión con sus opositores, la curiosa liberación de la maestra Gordillo en la madrugada del día que recibió su constancia de mayoría, hay mucha incertidumbre y angustia, pero la respuesta generalizada son las proyecciones (mecanismo de defensa que consiste en ver en los demás lo que nos angustia de nosotros mismos), atacamos a quienes votaron por él, lo señalamos y parece que estuviéramos dispuestos a todo por demostrar que fue una decisión equivocada, dividiendo en vez de unificar. En realidad ni siquiera ha entrado en funciones, la angustia no debe ser un freno sino un motor para el cambio, en lugar de señalar cabría dirigir la mirada a nuestro interior para responsabilizarnos de lo que nos corresponde, llegó el momento de enfrentar nuestros propios fantasmas y convertirnos en protagonistas de un cambio, no hay que olvidar que después de todo, los resultados son para México.
Para la almohada
Shakespeare decía: “hay que hacer que nuestras acciones hablen más que nuestras palabras”, ¿no será mejor cambiar el foco de nuestra atención y esfuerzos, para comenzar a ocuparnos de lo que podemos mejorar y ser ejemplares para los que nos rodean?
Por: José Estrada