Un dulce irresistible

Tras 24 años de experiencias en la televisión he tenido tanto la suerte, como el infortunio, de presenciar todo tipo de sucesos

En plena temporada de premios estábamos en Los Ángeles para la transmisión en vivo de los premios de la Academia. Nuestro productor de campo se encargó de conseguir una maquilladora que nos dejara dignos para la noche más importante de Hollywood. Encontró en una tienda de maquillajes a una jovencita encantadora que, casualmente, era de ascendencia mexicana. Como toda una profesional, llegó puntual al llamado en el día que más tenso puedes estar en la vida: La transmisión del Oscar. Se presentó, con su gran maleta llena de material para dejarnos como estrellas de alfombra roja. Tenía los ojos verdes, el pelo de colores, los brazos tatuados, la voz dulce, la estatura corta, una mirada vivaz y una gran delantera que lucía bajo su escotadísimo tank top. Con una gran sonrisa entró a la habitación y se presentó: “¡Hola! me llamo Candice!, como la actriz Candice Bergen”, nos dijo en tono afable; la mirada de mis compañeros se desvió y concentró de inmediato en la joven Candice, a quien uno de ellos no dejó de llamar Candy. Cada vez que eso pasaba, ella intentaba corregirlo y repetía: “Candice, como la actriz”. Mientras pasaba sus pinceles y brochas por mi cara, cual lienzo en blanco, contaba muchas anécdotas de películas que filmaba su novio y todos estábamos emocionados expectantes queriendo saber quién sería la famosa pareja de nuestra maquillista, pero ella se negaba en todo momento a revelar la identidad del dueño de su corazón. Ya estábamos soñando con que soltara un nombre potente de Hollywood, hasta que logré persuadirla para que nos dijera quién era su famoso novio. Pero la respuesta nos dejó a todos perplejos, porque nadie esperábamos lo que confesó. Con la voz más baja y cierta timidez dijo: “Bueno, es que mi novio es actor de películas para adultos y yo, a veces, le ayudo poniendo bonitas a las chicas que filman con él”. Se me congeló la sonrisa y no tuve otra opción más que responderle: “¡Wow pues…qué modernos!”, mientras mis compañeros se frotaban las manos al ritmo de sus risitas nerviosas. Candice había terminado de flecharlos por completo al descubrirnos su verdad. Al terminar la transmisión fuimos a festejar y mis compañeros invitaron a la sensual Candice. A media cena, uno de ellos, que no dominaba el inglés le dijo con una mirada provocativa levantando su copa: “Candy, Bless you!”, intentaba brindar con ella y lo que quiso decir era “cheers”; Candice roló los ojos pues se había dado por vencida corrigiendo su nombre. En verdad Candy era un buen apodo; después de todo era una joven bonita y de trato francamente dulce, aunque esa noche, nos abrió los ojos: caras vemos ¡más abajo no sabemos!… POR ATALA SARMIENTO lctl
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