No existe mayor aniquilación para un fotógrafo que obligarse a no mirar. Wilhelm Brasse debió hacerlo para sobrevivir. Nacido en 1917, formaba parte del ejército polaco cuando comenzó la invasión alemana; en un intento por escapar a Hungría fue detenido, los nazis le propusieron unirse a sus filas, pero él se negó y fue enviado a Auschwitz como prisionero político.
Ahí, el polaco atestiguó una de las mayores atrocidades cometidas por la humanidad y fue gracias a su profesión, y a que sabía alemán, que pudo sobrevivir. Brasse ya había pasado su primer terrible invierno en Auschwitz cuando el 15 de febrero de 1941 fue llamado a la Oficina Política: los alemanes querían un fotógrafo y lo eligieron a él. Desde ese momento, hasta 1945, tomó más de 50 mil fotografías, no sólo registrando a los cautivos sino también los experimentos científicos en el campo.

La vida de Wilhelma Brasse, mantenida por él mismo en silencio por varias décadas, es reconstruida por los italianos Luca Crippa y Maurizio Onnis. Su relato llega a México, publicado por Planeta, con el título El fotógrafo de Auschwitz, un crudo testimonio de la brutalidad, pero al mismo tiempo una esperanzadora historia de valentía, empatía y deseo por vivir.
“Brasse es un personaje muy humano, vivía con miedo, veía morir a la gente, cuando llegó al campo de concentración no sabía cómo vivir, cuando su profesión lo ayuda fue un momento de esperanza; el segundo año se sintió privilegiado, pero después debió ser muy fuerte porque estaba obligado a ver lo que padecía la gente y le creó una culpa grande. Lo que le dio fuerza es que gracias a sus imágenes, a conservarlas, de algún modo podía contar y rescatar del olvido lo que había pasado ahí”, cuenta Crippa.
Por Luis Carlos Sánchez
EEZ