Uriel Moreno El Zapata cortó tres orejas durante la duodécima corrida de la Temporada Grande en la Monumental Plaza México.
Pero la primera fue un regalo del juez Enrique Braun, tras una labor que no tuvo estructura con la muleta, luego de cubrir de manera excelsa con las banderillas.
Su segundo trasteo lo comenzó de rodillas y fue interesante cómo cubrió el segundo tercio: un quiebro para ligar al relance dos pares más; dio la vuelta al ruedo.
Con la franela, El Zapata, con la figura encorvada, logró derechazos, que no terminaron de subir la intensidad hasta que de manera vertical sí templó. Entró a matar con decisión y salió rebotado. El juez le concedió dos orejas.
Un regalo excesivo.
Jerónimo logró los muletazos de la tarde con la mano zurda. Naturales templados y de largo trayecto. De esos que detienen el tiempo. Una estocada caída le permitió cortar una oreja. Con su segundo, el lunar del encierro de Pozohondo, fue silenciado, tras un aviso.
En tanto, Antonio Mendoza mostró firmeza con su primer enemigo, un cárdeno de hermosa lámina. Perdió una oreja con la espada. Con su segundo, voluntarioso, hubo silencio.
APUNTE TAURINO
El Zapata desplegó todos sus recursos para construir dos faenas con su muy particular tauromaquia. Triunfo rotundo del tlaxcalteca.
Jerónimo alcanzó momentos luminosos con su estilo rebosante de sello, sentimiento y expresión.
La estocada caída fue la única mácula en la concesión de la oreja por parte del juez Enrique Braun. Quien me asombró por su quietud, firmeza y rocoso valor fue Antonio Mendoza.
En ningún momento se arrugó ante su primer toro, pero volvió a las andadas con la espada. Los pinchazos lo dejaron al margen de una oreja que ya tenía asegurada y tanta falta le hacía.
Del encierro de Pozohondo destacaron el segundo y el cuarto.
Por Héctor Juárez Cedillo y Heriberto Murrieta
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