Moisés Solana Arciniega (Ciudad de México, 26 de diciembre de 1935) era un hombre aguerrido, dueño de una atrayente personalidad. Muy pronto se convirtió en un piloto competitivo, que además cosechó importantes logros en los frontones de jai-alai.
Pero esa afición desmedida por los bólidos, la que le inculcó su padre, don José Antonio, fue lo que le produjo esa fascinación tan grande que se tradujo en fatalidad. Porque parecía que a Moisés le gustaba vivir desafiando a la muerte, y su desprecio por ella era una constante cuando pilotaba un coche.
Desde que era un chiquillo se intuyó que iba a conseguir cosas importantes, y fue ese primer cochecito a escala, que le construyó su ingenioso padre, con el que comenzó a fraguar sus sueños de grandeza, alentado por sus mayores, incluido su tío Javier, y seguido de su hermano Nanán Solana.
Las escapadas al desaparecido Estadio Nacional, situado en la colonia Roma, fueron las primeras de una larga lista de competiciones, tanto en México como en el extranjero, en las que tuvo éxito.
Ahí comenzó a correr a bordo de un Midget, de motor central. Su versatilidad era otro de sus rasgos distintivos. Así quedó consignado en la Carrera Panamericana (1954) al volante de un Dodge, y cuya actuación le valió el halago de una relevante figura como Piero Taruffi, que quedó dos lugres por debajo de Solana, en la general, dentro de la categoría de Turismo Especial.
Moisés consiguió en las pistas casi todo cuanto se propuso, y también en su faceta de pelotari, donde muchas veces triunfó con autoridad como delantero contra los mejores, y hasta llegó a generar algunas acaloradas controversias.
En 1967, Enzo Ferrari lo llamó para hacer algunas pruebas, pero al final su contratación no prosperó, ya que Il Commendatore sólo le quería firmar una temporada en Fórmula 2, y que corriera en los GP americanos, así que la oferta no le agradó. De tal suerte que su paso por la F1 acabó un tanto fugaz. Sólo disputó ocho carreras en un lapso de cinco años (1963-1968), con equipos como Centro Sud, Lotus y Cooper, y acumuló varios abandonos debido a fallas mecánicas. Su mejor resultado fue en el GP de México de 1964, al finalizar décimo.
Hasta que llegó el fatídico domingo 27 de julio de 1969, el día en que Moisés disputaba la carrera Hill Climb, de Valle de Bravo-Bosencheve, donde murió pilotando su McLaren. Y sólo entonces explotó la estrella negra de su buena suerte, la que iluminó una existencia muy intensa, vivida al filo de la navaja.
Por Juan Antonio de Labra
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La explosión de una estrella
Su destino estaba marcado desde aquel coche a escala que le regaló su padre, para continuar una dinastía ligada al deporte