Boca-River, la final del mundo en la Copa Libertadores

Los partidos entre Boca Juniors y River Plate tienen signos y cicatrices. Los dos definieron su vida en Argentina, siendo los más grandes rivales, y son también los puntales de su memoria. Signos, porque nacieron marcados por la pasión de sus colores; y cicatrices, porque el resultado de cada encuentro entre ellos, sugiere el riesgo de dejar secuelas para el día después. El de esta final de la Copa Libertadores no encuentra ningún antecedente en el archivo. Es único. La instancia, el marco y la trascendencia lo imponen. Alrededor de mil 50 medios acreditados se estiman en La Bombonera, de todas partes del mundo. Nadie quiere quedarse fuera. Ni siquiera los que alguna vez estuvieron dentro del clásico, como Fernando Navarro Montoya, el segundo jugador con más duelos contra River (44) en la historia de los xeneizes. “Es un hecho cultural que nos describe, nos identifica, que tiene que ver con nuestra idiosincrasia”, dice El Mono, en entrevista con El Heraldo de México. “Durante mucho tiempo, el futbol fue representado como un embajador de las costumbres argentinas. Este partido puede servir para retomar aquellas que hemos perdido”. Dos locomotoras parten de frente de sus cabeceras. En cuestión de clubes, este Boca-River es la definición más atrapante desde que el mundo del futbol tiene memoria. Acaso las dos finales de Champions League, entre el Real Madrid y el Atlético de Madrid -en 2014 y 2016- acercaron las vibraciones a un partido como éste, al ser equipos de la misma región de España. Sin embargo, no con el mismo pulso de un Madrid-Barcelona, que nunca se dio. “Boca y River componen un poco más del 50 por ciento de los aficionados del futbol en Argentina. El otro 50 es el que mirará el partido mucho más relajado, tal vez, no con tanta carga”, bromea Ezequiel Fernández Moores, periodista y escritor argentino. “En este país funciona mucho el peso del temor al ridículo, el temor a perder, de que el otro me cargue. A veces estamos más pendientes del otro, que de nosotros mismos. Y entonces, el hecho de que sea justo ‘el otro’, con mayúsculas, el rival que enfrentamos, provoca todo esto. Es algo único en la historia”. En un partido como éste, resulta imposible no mirar las tribunas. Por cuestiones de seguridad, la Asociación del Futbol Argentino (AFA) prohibió la entrada del público visitante desde el 2013, tras el asesinato de un aficionado de Lanús en un encuentro ante Estudiantes de la Plata. Mucho más en los partidos que vienen. “Las cosas no se pueden hacer tan de golpe”, coincidieron los presidentes de ambos clubes, Daniel Angelici y Rodolfo D’Onofrio. “Hace unos días atrás, el presidente de la nación, Mauricio Macri, quiso usar este partido como muestrario de que todo estaba bien en el país y sugirió el regreso de los visitantes”, agrega Moores. “Era como pretender mostrar normalidad, a través de una tribuna de futbol, algo un poco ridículo. Uno siempre cree que las normalidades se muestran en índices que hablen de mortalidad, vivienda, de salud, educación y no exactamente en un juego”. Mientras se venden las últimas entradas, una huelga de taxistas ocurre en la ciudad de Buenos Aires, en contra de los conductores de Uber. La gente reclama por la inflación, por la pobreza y los bajos salarios, enfrenta el riesgo de un paro general y recuerda viejas promesas que, en los últimos años, no se cumplieron en el gobierno macrista. “Y así, es imposible”, coincide Guillermo Rivarola, cinco veces campeón con River y actualmente parte de la secretaría técnica del club. “Tenemos una sociedad muy agresiva, que no está bien. El descargo que tiene la gente en una cancha es potenciado dos o tres veces del que vive cualquier ser humano en la calle. Argentina no está preparada para un partido como éste. Todos estamos a la expectativa de lo que puede ocurrir en el segundo partido, que se va a definir en el Monumental. El ‘después es una preocupación que tenemos todos”. Con escalas en los dos clubes, la AFA difundió un video en las horas previas, en el que repasa 2”as cosas inexplicables” de la historia argentina, como tener a dos de los mejores jugadores del mundo (Diego Armando Maradona y Lionel Messi), cinco presidentes en una semana, un Papa nacido en esas tierras y la final de la Copa Libertadores. En medio de ese relato, hay varias postales emblemáticas, de la Copa del Mundo de 1978 hasta el futbol local, todas con público visitante. “Si algo nos hizo ser referencia en el mundo es justamente el color, el calor que generan los aficionados”, retoma El Mono Navarro Montoya. “Lamentablemente, en Argentina han tenido una supremacía los violentos, los que trasgreden las leyes, las reglas, e injustamente se ha tomado de rehén a ese segmento mayoritario de hinchas que quiere ir a ver un espectáculo deportivo. Nos han hecho creer que los argentinos no podemos ser partícipes de un evento deportivo, que no podemos asistir civilizadamente a un partido de futbol. Y eso sólo es consecuencia de una política errónea”. Las sensaciones disparan en varias direcciones. En las ocasiones que el destino los juntó para definir a un campeón, Boca y River están iguales: los xeneizes se quedaron con el campeonato local, el 22 de diciembre de 1976, mientras los Millonarios alcanzaron la Supercopa local, el pasado 14 de marzo. La tercera, en una final inédita, define el más brillante u oscuro día después. O bien con la séptima Copa de los boquenses o con el cuatro trofeo de La Banda. “Los más pasionales le temen mucho, porque son de los recuerdos que se eternizan en los coros durante décadas”, concluye Fernández Moores. “Una vez, River ganó su mote de Gallinas por perder un partido que no debía perder contra Peñarol en la Copa Libertadores, hace medio siglo (1966). Es curioso, porque, en los últimos partidos, le ha ganado a Boca con más carácter, cuando Boca es supuestamente el símbolo de la garra y el huevo. A veces esos motes, esas burlas, son más etiquetas, lugares comunes, cuestiones mediáticas que la realidad. Pero existen y son eternas”.   Por ALBERTO ACEVES
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