Allí estaba, estoica junto al fuego olímpico, La Diosa Voladora.
Así nombraron a Enriqueta Basilio, después de verla entrenar y seleccionarla para portar el fuego que encendió el pebetero de México 68. Sin embargo, ya entrada la noche, a la velocista la olvidaron el día de la inauguración de los Juegos Olímpicos, ayer hace 50 años en el Estadio Olímpico Universitario.
Me quedé allá arriba parada, sin mi uniforme, sin dinero para regresarme y hasta que unos señores de intendencia me vieron y me ayudaron fue que me pude bajar. Y luego pensé: ¿cómo me iba a salir en short del estadio?”, relató Enriqueta.Y continuó la atleta recordando como si fuera ayer el día de la inauguración. “Un señor me dio su overol de trabajo, y con ese me fui; envolví en un periódico la antorcha, y me salí por la parte de atrás del estadio. Un ingeniero muy amable me llevó con el equipo”, dijo Basilio, quien cinco décadas después tiene mucho por contar. “Yo era novata, tenía buenas marcas juveniles, pero nunca imaginé que me tomarían en cuenta para ser portadora del fuego olímpico. Tenía 20 años y a esa edad se uno no dimensiona, dices: ‘¡Sí, yo me lo echo!’, pero no piensas en lo demás, ahora digo: ‘¿Y si me hubiera tropezado, o caído, o algo?’. Para mí fue un honor y orgullo representar a México en esa forma”, aseguró. “Se hicieron pruebas con varias escaleras, como de 10 escalones cada una, hasta que encontré la que era perfecta para mi paso y que mantuviera el ritmo desde la base hasta arriba”, recordó la nacida en un ejido de Mexicali, Baja California.
Cuando subía, mi mamá ni me vio, por tantos nervios que tenía. Parecía que estaba tejiendo, pero estaba rezando un rosario por mí y mi papá estaba con un montón de deportistas, estaba como en un sueño, decía que hablaba con Zeus; él fue quien me explicó qué eran los Juegos Olímpicos”, explicó.“Lo curioso es que allá arriba había un timbre que pisaba para avisar que ya estaba allí y soltaran el gas para el fuego. El Fuego de la Paz, porque a pesar de todas las cosas, los jóvenes demostramos al mundo que éramos estudiantes deportistas capaces de vivir en armonía”, agregó Enriqueta, que 50 años después volvió a encender el pebetero, y esta vez, no la olvidaron. Por KATYA LÓPEZ