PEDRO ÁNGEL PALOU

Pedro Ángel Palou reúne 500 años en su nueva novela

El escritor poblano cuenta a historia de la metrópoli a través de los ojos de cuatro familias, desde 1526 hasta 1985

CULTURA

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Pedro Ángel Palou ha escrito novelas, ensayos literarios y crónicas históricasCréditos: Especial

“Siempre he tenido una especie de nostalgia de una ciudad que no fue mía, que era de mis amigos, de mi familia, pero que no era mía”, dice Pedro Ángel Palou (1966) acerca de la Ciudad de México. Siendo niño, recuerda los viajes que desde Puebla hacía con su padre para visitar a su familia que siempre fue capitalina, también la compañía con amigos, las tertulias con otros escritores, las comidas en restaurantes, “pero es curioso, nunca he tenido una casa o un departamento en la Ciudad de México”.

La gran urbe, sin embargo, es el motivo de su última novela “México” (Planeta, 2022). Palou se ha embarcado en una labor inmensa: contar 500 años de historia de la metrópoli, a través de cuatro familias: la Cuautle, con orígenes prehispánicos; la Santoveña, minera y adinerada; la Landero, dedicada a la panadería, y la Sefamí, judía sefardita que llega de Siria a México en la época del Porfiriato. 

-¿Con qué idea nace tu novela?

Justo la idea era contar una historia social de la Ciudad de México a partir de cuatro familias: una que viene de la época prehispánica que son los Cuautle; una familia de mineros ricos, los Santoveña; una familia de panaderos, los Landero y una familia judía sefardita que llega de Siria a México en la época de Porfirio Díaz, los Sefamí; contar esa ciudad, pero de manera íntima, en lugar de, cómo lo he hecho en otras novelas históricas a través de los grandes personajes o de los grandes acontecimientos, ahora a través de la educación, la vida y las amalgamas de estas clases sociales, y de esta ciudad infinita que es la Ciudad de México; es una novela más ambiciosa, pero también más íntima; en lugar de contra la historia épica de la ciudad, contamos la historia de cómo se vive, se le padece, se le sueña, se le ama, a través de 500 años.

-Siendo un escritor que nació en Puebla, ¿cómo te enamoraste de la Ciudad de México?

Siendo muy niño visitábamos la ciudad muy seguido con mis padres: mi tía vivía en la Narvarte, en la calle de Petén y San Borja, y la caminábamos mucho. A mi papá le encantaba ir a la Ciudad de México, tomar el trolebús, ir a avenida Universidad, bajarse en la calle de Parroquia, ir al Fondo de Cultura, ir a la Librería de Cristal que estaba en Plaza Universidad, todavía no existía la Gandhi cuando yo era niño, ir al Centro Histórico, es decir, yo viví una Ciudad de México distinta a la que viven otros niños de provincia que un día los llevan al Museo de Antropología y después regresan a su ciudad; para mi la Ciudad de México siempre fue esta ciudad infinita, llena de vericuetos, llena de historias, en la que vivía prácticamente toda mi familia paterna, porque mi padre era el único que vivía en Puebla.

-Entonces, ¿cuándo te sientes realmente parte de la Ciudad de México?

Es curioso porque nunca he vivido, salvo por periodos muy cortos en la Ciudad de México; nunca he tenido una casa, un departamento, he tenido muchos amigos que viven en la ciudad y que me han acogido, he ido a sus casas, a sus departamentos, he vivido lo mismo en la zona de Ecatepec o con mi amiga María Elvira Bermúdez cuando se cayó su casa en la colonia Roma y se fue a vivir con su hija y su yerno a ciudad Satélite, por eso le hago un homenaje a Satélite en la novela. He tenido largas conversaciones con amigos como Adolfo Castañón en los años 90, largas comidas, conversaciones, yo creo que a la Ciudad de México la hice a partir de eso, de amigos, de conversaciones, de restaurantes, de barrios, más que como otra persona lo hubiera hecho por asentarse en ella, como que siempre he tenido una especie de nostalgia de una ciudad que no fue mía, que era la ciudad de mis amigos, de mi familia, pero que no era mía, porque yo seguía viviendo en Puebla.

-¿Por qué nos maravilla tanto la Ciudad de México?

Yo creo que las grandes ciudades, la de México es una de las más grandes ciudades no sólo en tamaño sino en riqueza cultural, sino en riqueza vital, son ciudades en cierta medida más democráticas que los pueblos o las provincias; a pesar de las grandes diferencias sociales, que yo también cuento en la novela, en la ciudad puede haber estos encuentros entre clases sociales, entre seres que pertenecen a mundos distintos, que difícilmente ocurrirían en las pequeñísimas ciudades, en los pueblos, en los lugares que no tienen este cosmopolitismo por naturaleza que tiene la Ciudad de México, esa democratización de la calle, esa posibilidad de que un hombre que acaba de llegar de Italia, que es el gran maestro de música, vaya caminando de la Catedral, se detenga a tomar un champurrado en El Parían y se encuentre con un albañil que lo lleva a conocer, esa misma noche, bailes de afrodescendientes y música africana en la Ciudad de México. Esto no pasa en pequeñas ciudades porque no hay nunca este contacto social, y es eso lo que me permite a mi contar a cuatro familias que se encuentran, se desencuentran muchas veces, no se vuelven a ver por años o siglos, pero que me permite pensar lo mismo en un barrio, o en un café, o que en la universidad en el 68, los hijos de gente tan distinta económica, social, culturalmente, pueden conocerse, verse y ser íntimos amigos como pasa justamente con los personajes de mis familias.

-¿Qué ciudad se te aparece, se te revela, a lo largo de los 500 años que recorre tu novela?

Es una ciudad que es un ave Fénix, que puede rehacerse, yo creo que casi no hay ninguna otra ciudad en la historia que siga viva, que esté activa, que le haya pasado lo que le ha pasado a la Ciudad de México: plagas, pestes, pandemias, inundaciones, terremotos y una y otra vez la ciudad se rehace. Se rehace de la caída de Tenochtitlan, se rehace de las primeras inundaciones, de las pestes, de los grandes terremotos y una y otra vez son las gentes que pueblan la ciudad, son los individuos que viven esa ciudad, los que la hacen eterna, imposible de morir, no son las piedras, como dice el arqueólogo al final de la novela, son los seres humanos los que hacen que esta ciudad sea eterna, que se levanta una y otra vez y donde vuelve a ver, como sucedió con el movimiento de Super Barrio y de los sobrevivientes del 85, vuelve a haber posibilidad de rehacerse de nuevo: es la ciudad no de las segundas sino de las cuartas, de las quintas y de las sextas oportunidades.

-¿Con qué tono quisiste contar esta novela?

A pesar de que es una novela muy larga debía acotarse porque si no podía ser una novela de 3 mil páginas y además como es una novela que abarca varios siglos había que encontrar un tono que permitiera ir cambiando (no es lo mismo contar la ciudad en 1521 que en 1973). 

Hice un recorrido por las grandes tradiciones literarias, de repente hay un homenaje a la literatura de la Onda, una a la bohemia de finales del XIX y a ciertas novelas que se escribieron como "Los piratas del boulevard" de Heriberto Frías, a Manuel Payno, a los cronistas tipo Riva Palacio, Guillermo Prieto, hay una serie de homenajes literarios que van haciendo que cambie el tono de la novela.

Pero también pensé en épocas de educación sentimental, la Colonia como un todo y en ciertos años de los tres siglos de la Colonia y luego le doy casi el mismo peso al XIX porque es ese siglo que, como decía José Emilio Pacheco, no estudiamos lo suficiente y pensamos que es más corto que 100 años porque hubo tantas revueltas, tantos gobiernos distintos, el XIX es muy importante porque es un siglo formativo del Estado moderno y de la ciudad. Y le doy mucho énfasis al XX, no sólo porque es el más cercano a los lectores sino porque es cuando se dan más modificaciones a la vida política, económica, sentimental y puedo contar anécdotas y meterme en asesinos seriales como Goyo Cárdenas o contar una historia de la música de la ciudad, hay una especie de soundtrack de la novela, a lo largo de ella se oye música, se oyen canciones, se va al teatro a ver revista, a María Conesa, el mexicano se divierte y me parecía que en la novela mexicana le debemos un homenaje a la música.

-¿Por qué te detienes en 1985?

Me pareció que era un momento en que la Ciudad de México vuelve a estar en ruinas como estaba cuando los españoles destruyen Tenochtitlan y que eso le daba una circularidad muy importante a la novela y por eso el personaje con el que cierra es un arqueólogo de la familia Cuautle que estudia las piedras, pero que se da cuenta al rescatar damnificados del terremoto que son las personas y no las piedras las que importan, es una gran circularidad la que me permitía contar hasta 85 a pesar de que la ciudad no se ha detenido desde entonces. 

Pero si se detuvo el tiempo de alguna manera, se detuvo sobre todo una manera de hacer política y de enfrentar la vida en México, precisamente porque 85 demostró la incapacidad del gobierno para hacer frente a un fenómenos como este y fue la gran emergencia de la sociedad civil la que nos dio grandes crónicas por ejemplo de Carlos Monsiváis; esa sociedad civil que surge en el 85 es la que cambia al país, no sólo a la Ciudad de México.

-¿En qué momento está ahora la Ciudad de México?

Como dice Carlos Fuentes en "Tiempo mexicano", sigue siendo una ciudad que vive todos los tiempos, está en el presente, en el pasado, en el futuro. Es una ciudad que ve al futuro, es una ciudad que en derechos civiles ve al futuro y está en el futuro: la gente puede asumir una identidad sexual distinta, puede ir al Registro Civil y asumirse como una persona transgénero, otra persona puede elegir el apellido de su madre como el apellido que llamaríamos paterno originalmente; es una ciudad que vive el futuro en termino de estas cosas, pero es una ciudad que por su propia complejidad, el pasado vuelve a salir por las cloacas y no nos deja vivir lo suficientemente felices todas las patrias, como decía para el caso peruano José María Arguedas. Creo que todavía nos hace falta mucho en México para vivir todas las patrias, todas esas patrias que yo cuento a través de esas cuatro familias de la novela.

PAL