CÚPULA

El Rey

Un mesero que sueña con ser portero titular podría convertirse en la voz que enamorará a México. ¿Qué necesita? Una servilleta y que el balón deje de rodar y rodar

CULTURA

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Se conoce a un hombre por la propina que deja, eso lo aprendió mi amigo como mesero en el restaurante donde trabajamos juntos, ahí descubrió que el futbol no era su camino y que la portería tampoco era el lugar que lo hacía realmente feliz. Mientras servía cochinita pibil y papadzules conoció a Los Rebeldes, un trío que le cantaba al amor en aquel lugar de comida yucateca. 

Un día, sin pensarlo mucho, sacó una servilleta del bolsillo de su pantalón y se acercó a mí con una petición especial: 

—Cúbreme, Chata, les quiero enseñar una canción que escribí.

—Está bien, pero apúrate porque no me doy abasto y los clientes se pueden quejar.

—No me tardo, ya te había dicho lo buena amiga que eres, mereces que te invite un tequila.

—¡Que sea un mezcal!—contesté.

      Mi colega se dirigió al guitarrista de Los Rebeldes, le dio la letra escrita en papel desechable blanco y empezó a cantar. El trío le puso música a su voz, que cambió la atmósfera y, en cuestión de semanas, se convirtió en el platillo más atractivo del menú.

     Recuerdo bien cómo escribía las letras en servilletas y silbaba las notas usando su voz como instrumento porque no tocaba la guitarra ni el piano.

Era cuestión de tiempo, yo sabía muy bien que algún día su talento lo llevaría lejos de los panuchos y los salbutes.

—¿Cómo se llama el intérprete? — me preguntó un hombre de bigote que ordenó una sopa de lima. 

—José Alfredo, señor, también compone las canciones
del trío.

    Antes de marcharse, el caballero de la sopa de lima le entregó una tarjeta. 

 Horas más tarde, mi amigo se acercó con dos tequilas en la mano y me dijo emocionado: 

—Chata, brinda conmigo. ¡Me invitaron a un programa de radio! 

—Muchas felicidades, José, te lo mereces. ¿El señor del bigote con el traje café de rayas? —pregunté cargando tres tazas, dos platos y mi curiosidad.

—Ese mero. ¿Te dejó buena propina?—respondió con otra pregunta, mientras me quitaba la charola y ponía un vaso tequilero en mi mano.

—El 15%—contesté guiñándole un ojo y dándole un trago al tequila.

José Alfredo sonrió.

—Afortunadamente llegó a mi vida esta oportunidad, Chata, porque nunca me ha gustado estar en la banca. Creo que mi sueño de ser portero se acaba con este último trago.

     Fue así como mi amigo José Alfredo saltó de la cancha al escenario y de la portería al estudio de grabación. De un día a otro, cambió el balón por un micrófono y se convirtió en El Rey.

     Yo sigo trabajando en el restaurante, ahora soy la gerente y contraté a un trío que toca sus éxitos. Escuchen:
“Y si quieren saber de mi pasado es preciso decir una mentira. Di que vienes de allá, de un mundo raro, que no sabes llorar, que no entiendes de amor y que nunca has amado” .

    ¿Y las servilletas donde escribía las letras? Las guardé todas.

Por Mariola Fernández

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