Generosidad, con generosidad se paga, y Elvira Sastre (Segovia, 1992) nunca lo olvida. En el hábito de compartir parece estar gran parte del éxito detrás de la joven poeta. Frente al fenómeno Sastre siempre aparecen las mismas dudas, esas que intentan explicar el éxito y entender cómo una poeta ha logrado tanta fama y celebridad.
Ella misma parece tener la respuesta: “Hay una empatía de ida y vuelta, es algo colectivo”. Antes de continuar su gira “Yo no quiero ser recuerdo” por México, en Puebla, Mérida, Morelia y Monterrey, la escritora ha tenido oportunidad de establecer comunión con el público de la Ciudad de México y el resultado ha sido una noche que confirmó el triunfo que ya había tenido en la FIL Guadalajara, donde firmó más de 700 libros de su poemario Adiós al frío (Seix Barral, 2022).
Es viernes y en su presentación en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris no cabe nadie. Los boletos se vendieron en seis horas. Las más de mil butacas del escenario están llenas de jovencitas que llegan solas o en pareja para escuchar el recital de Sastre, casi todos en el público son mujeres, muchachas que se sienten identificadas con las palabras de la poeta.
Y ahí está nuevamente el agradecimiento: después de escuchar a María Gutiérrez, la joven intérprete invitada a abrir el recital, aparece Sastre para corresponder la presencia. En escena no necesita más: luces apuntando hacia ella y el pianista que le acompaña, y también un banco desde donde recibe lo que el público tiene que darle, pero también entrega lo que tiene para él.
El de Sastre es un discurso bien calibrado: habla del poder de la mujer, de los movimientos sociales, del canibalismo del capitalismo, de la migración, de la soledad y del amor, mucho del amor. Tampoco hay grandes efectos sonoros, si acaso el del mar que permite a la poeta solicitar a su público que deje el celular, cierre los ojos e imagine que está junto a las olas; o algún eco que enfatiza ciertas palabras: en el teatro sólo hace falta la voz de Sastre.
El primer recital de la gira de la escritora está dedicado a su padre, quien está festejando su cumpleaños en España, y ella ha tenido que perderselo por primera vez en su vida. “Cásate conmigo”, le gritan desde las butacas, después de escuchar “Tus huesos que chocan como placas tectónicas”, el poema con el que ha decidido empezar la noche; los piropos se arrojan todo el tiempo y ella los responde siempre, nunca permite que el vínculo que ha creado se pierda.
La voz de Sastre es clara y serena, el aplomo también es otra de sus ofrendas: cuando recita extiende la mano y marca el ritmo de sus palabras, después las junta en actitud de ruego y su voz se embarra, se arrastra como un lamento breve, cierra los ojos y vuelve a extender el brazo, uno, o los dos: ahora es imperativa y asume el tono de sus versos, ya sea el dolor, el júbilo o el reclamo. Sastre le hace ver a sus lectores y a su audiencia que es sensible, que justo frente a ella se siente segura. Ellos, ellas, también están escuchando y sintiendo.
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Elvira Sastre, la autora que viralizó la poesía en resistencia
Entre la memoria, el dolor y la belleza
MBL