CÚPULA

Santa María la Ribera: Ecos porfirianos de acero y cristal

Diferentes tesoros arquitectónicos han convertido a la colonia en una de las zonas céntricas más atractivas de la capital mexicana

CULTURA

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Museo de Geología y Paleontología de la UNAM. Foto y cortesía: Ivan San Martín Córdova.Créditos: Cortesía

Al igual que otras colonias construidas en la capital mexicana, la Santa María incluye en su nombre la huella lacustre, pues se asentó al norte de la ribera de San Cosme, como se llamaba a la vialidad artificial que otrora comunicaban los islotes de la urbe mexica con los señoríos de tierra firme de Tacuba y Azcapotzalco. Con el paso de los siglos, sobre los bordes de aquella calzada se erigieron conventos, hospitales, acueductos y fincas veraniegas —como el palacio de los marqueses del Valle de Orizaba, hoy preservado por la UNAM— que aprovechaban su tierra fértil, agua en abundancia y vientos saludables. Fue hasta la segunda mitad del siglo XIX cuando a sendos lados de la ribera se desarrollaron nuevas colonias, al fraccionarse antiguos ranchos y haciendas agrícolas: hacia el sur se estableció la colonia Arquitectos —después San Rafael— y al norte la Santa María la Ribera, en 1859, enfocada a atender la creciente demanda habitacional de sectores medios y altos que habían decidido abandonar el vetusto centro virreinal.

Con el paso de las décadas, la colonia se fue poblando con palacetes, casonas y pequeños conjuntos plurifamiliares que ofrecían un rico abanico de estilos historicistas, pero también, de edificios gubernamentales y comerciales orientados a las demandas de la creciente clase media. Algunos de estos tesoros arquitectónicos aún permanecen en pie, con sus ladrillos industrializados, vitrales emplomados y sillares de cantería que adornan las estructuras de acero y el cristal, los dos materiales representativos de la modernidad tecnológica de entonces. De hecho, su incorporación fue habitual en la construcción de edificios recreativos —teatros y casinos—, industriales —fábricas y talleres—, comerciales —tiendas departamentales, mercados y pabellones de exposición—, educativos y asistenciales —institutos, museos, escuelas o hospitales—, algunos de ellos presentes con obras emblemáticas en la Santa María.

Uno de estos bienes patrimoniales es el llamado quiosco morisco diseñado por el ingeniero José Ramón Ibarrola con estructura metálica policromada para armarse fácilmente como pabellón mexicano en la Feria de Nueva Orleáns de 1884, y que al concluirse el evento fue desmontado y armado en la Alameda capitalina a partir de 1886; ahí estuvo hasta la decisión presidencial de erigir el Hemiciclo a Juárez, lo que motivó su traslado en 1910 al parque de la Santa María, ya propiamente con uso de quiosco, dada su semejanza con estos elementos tradicionales en la mayoría de las plazas y parques mexicanos. Al finalizar el pasado siglo, el pabellón fue sometido a intensos trabajos de restauración, un dilatado proceso en el que varios vecinos devolvieron fragmentos originales desprendidos durante décadas y que hoy permiten disfrutarlo en todo su esplendor, pero, sobre todo, consolidarlo como un elemento urbano que dota de identidad cultural a los habitantes de la colonia.

Al norte de la misma alameda se puede visitar otra joya arquitectónica donde el acero y el cristal también fueron decisivos para su concepción: el antiguo Instituto Geológico Nacional, cuya fachada historicista no permite advertir a primera vista la audaz estructura metálica de su interior. Fue edificado entre 1902 y 1906 por el arquitecto Carlos Herrera, y su destino mostraba el interés científico e industrial que el régimen porfiriano tenía en esa estratégica materia. Sus amplios espacios interiores fueron posibles gracias a las columnas y entrepisos metálicos, incluida la antigua biblioteca con entrepisos de vidrio —para permitir la penetración de la luz natural— y una escalera exterior de notable factura. Su vestíbulo principal exhibe una portentosa escalera metálica art nouveau con dos rampas entrelazadas, enmarcada en una doble altura con coloridos vitrales emplomados y pintados, todo impecablemente conservado, dado que desde 1956 alberga al Museo de Geología y Paleontología de la UNAM.

Otro edificio emblemático de la Santa María, por el uso del acero y cristal, es un antiguo pabellón comercial, más conocido como Museo Universitario del Chopo, debido al nombre original —Chopo— de la actual calle Dr. Enrique González Martínez. El origen de su estructura metálica fue un tanto azaroso, pues fue adquirida en Alemania por unos empresarios mexicanos cuando la vieron armada en una feria mercantil a inicios del siglo XX, por lo que decidieron comprarla y enviarla por barco. Al llegar al país contrataron a un ingeniero para que armase el pabellón en la Santa María, en un terreno que remataba estratégicamente la avenida que provenía de una plaza frente a las dos antiguas estaciones ferroviarias de Buenavista —se hallaban en la manzana donde hoy se yergue la alcaldía Cuauhtémoc— con el fin de que a su llegada los potenciales visitantes foráneos pudiesen encontrar fácilmente el pabellón mercantil. Desafortunadamente el plan no prosperó y el pabellón fue rentado al gobierno para ofrecer sucesivas exposiciones, hasta que lo adquirió y convirtió en el Museo de Historia Natural, uso educativo que continuó hasta los años 60, cuando se trasladó a su nueva sede en la Tercera Sección del Bosque de Chapultepec. Finalmente, en 1975 fue adquirido por la UNAM y mudó a su nombre actual, erigiéndose en un potente difusor de cultura alternativa. Entre 2005 y 2010 cerró sus puertas cuando el edificio fue sometido a una controversial rehabilitación arquitectónica que ha recogido críticas tanto positivas como negativas, al depender de la perspectiva teórica que se adopte para juzgar la intervención del patrimonio artístico construido.

ÍCONO. Imagen del Quiosco Morisco. Alameda de Santa María la Ribera. Foto y cortesía: Ivan San Martín Córdova

El casino de la Santa María fue otro de los edificios porfirianos que enriquecieron la vida social de la colonia y que contrasta dramáticamente con su actual deterioro material, pues pocos transeúntes conocen el uso primigenio cuando perciben sus deterioradas fachadas en la esquina de Díaz Mirón y Enrique González Martínez, a tan sólo media manzana del parque. Su autor fue el ingeniero militar y teniente Ernesto Canseco, quien adecuó una vieja construcción y lo convirtió en un deslumbrante casino, inaugurado el 8 de septiembre de 1906. Su interior albergaba lujosas salas de estar, billar, cantina y un gran salón para los suntuosos bailes, un espacio que fue cubierto con una estructura metálica, aunque oculta por el cielo raso con decoraciones en yeserías, más propio de los requerimientos estéticos de la época. Su uso como casino duró poco, pues a partir de 1912 se convirtió en un cine-teatro, etapa en que fue añadida la marquesina metálica y arco triunfal del acceso principal, y que con el paso de las décadas llegó a su declive y cierre definitivo.

Estos y otros tesoros arquitectónicos han convertido a la Santa María la Ribera en una de las colonias céntricas más atractivas de la capital, pues las antiguas construcciones porfirianas de acero y cristal se han visto enriquecidas con nuevos conjuntos habitacionales enfocados a familias jóvenes que aprecian la vida barrial: caminar por la compra doméstica, deambular por sus mercados, zigzaguear en monopatines, pasear a las consentidas mascotas, danzar libremente bajo el quiosco, o sencillamente, sentarse en una banca y cerrar los ojos para imaginar aquellos sonidos perdidos de una antigua colonia solariega.

Por Ivan San Martín Córdova

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