CÚPULA

Desechabilidad musical

Como fans, hay que tomar cartas en el asunto, decidir qué escuchamos y no gravitar únicamente hacía lo más escuchado

CULTURA

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“Lo resolvemos con música”... Foto: imagen de lucasvieirabr, en Pixabay.Créditos: Pixabay

La forma en que hoy se consume música es voraz, necesitamos equilibrarla, y parte de la solución está en los fans. 

En nuestras manos está la música actualmente. 

Este artículo no se trata de Spotify, Apple Music o Youtube, se trata de ti y de nosotros, fans de la música y las decisiones que tomamos como escuchas. Pensar en la cantidad de cambios que ha sufrido nuestra relación con ella a partir de la digitalización de la canción es una locura. El volumen de música disponible, de forma inmediata, a través de un aparato móvil y por un precio fijo mensual, es lo que nos permite ir por la vida con nuestra propia banda sonora, literalmente noche y día. 

La industria de la música a finales de los 90 era una máquina de hacer dinero, se invertían millones de dólares en el desarrollo de artistas. Como público, teníamos la última palabra, al ser quienes gastábamos —la misma cantidad de dinero que hoy nos cuesta la renta mensual de servicio de streaming— en comprar un sólo disco. Eso era el inicio de nuestro compromiso, de ahí empleábamos una buena cantidad de tiempo en escucharlo una y otra vez, hasta convertirlo en un símbolo de nuestra personalidad. 

Así es como el valor de la música en nuestras vidas y el capital de las grandes empresas catapultaron el consumo de formatos físicos a niveles tan masivos, que incluso organizaciones no tan legales decidieron quedarse con una parte del pastel. En Latinoamérica y Asia, en la piratería particularmente, se calcula que, por cada copia legal de un disco, se vendían entre ocho y 30 copias piratas, según el artista. 

Los músicos necesitan que sus fans escuchen 400 veces una canción para hacerse de los dos dólares que ganaban por vender un disco.

La situación era preocupante en términos industriales, ya que lo que se “ganaba” en promoción se perdía en el momento en que el dinero de esas transacciones no llegaba a las manos de nadie que hubiera trabajado en el producto artístico. 

Durante el último año de la década de los 90, del siglo XX, con la llegada de Napster comienza una transformación digital en el ecosistema musical; se buscaba resolver el problema de la demanda por el acceso libre a la música, como necesidad social y que la industria no tuvo la capacidad de distribuirlo a un menor precio. 

Así fue como la primera gran red de intercambio de archivos (P2P) le permitió a 80 millones de usuarios saciar su hambre por acceder a más música, de una forma clasificada, ordenada y sin pagos de por medio. Nuevamente, nadie estaba recibiendo dinero. 

Apple, por su parte, hizo el último intento por generar transacciones de compra y venta de música con el iPod, vinculado al iTunes y los contenidos precargados de la telefonía celular, pero la economía no se restauró y la piratería siguió operando. La industria no pudo hacer nada radical, porque no entendió que las redes sociales estaban influyendo nuestra manera de relacionarnos con el entorno, lo que redefinió por completo la interacción con la música. 

SONIDO. Orquesta en el escenario en Saltsjobaden, Suecia, en 1933. Foto: Wikimedia Commons.​​​​

Para 2013 el panorama del negocio basado en la venta de discos era desolador, los ingresos iban en picada y las oficinas se desintegraban. En cambio, los artistas independientes parecían ganar un espacio de visibilización, gracias a que las redes estaban democratizando la promoción, y poco a poco se develaban los primeros cambios profundos en nuestro comportamiento como consumidores, se comenzaba a trasladar valor a la propiedad digital de la música. 

Ante esta oportunidad, aparece otra alternativa que logra dar el servicio de acceso a la música por una renta mensual e incluso de forma gratuita a cambio de anuncios, mientras el productor del disco —sea el artista o la disquera— recibe un pago e información valiosa sobre sus fans. La plataforma más famosa de este modelo, por supuesto, es Spotify. 

Todo parecía ir por buen camino, la industria recuperó ingresos, se modificaron por completo las estructuras de gastos, pero hoy la denuncia de los artistas es que lo que se paga por reproducción, no es representativo del valor de la música. Parece que nadie hizo el cálculo de cuántas reproducciones eran necesarias en este modelo para ganar lo mismo que por la venta de un disco y tampoco se analizó que la gente ya no escucha música de la misma manera. 

Hoy los músicos necesitan que sus fans escuchen 400 veces una canción o 40 veces su disco completo, para hacerse de los $2 USD que aproximadamente ganaban como artistas por la venta de un disco. 

Respecto a nosotros, los fans, el tiempo que dedicamos a decidir qué escuchamos es cada vez más reducido y por ello se dice que la música dejó de ser la insignia que sumaba identidad a quienes somos, ya que ese papel se lo otorgamos a las redes sociales. 

En este entorno, el peso del culto a la celebridad, a lo más famoso, combinado con la hiperconectividad, el poco tiempo disponible y el modelo de las plataformas que te dirigen a lo que “más se escucha”, son un círculo vicioso poco sano para un ecosistema que es plural y debería mantenerse diverso. 

No es desconocido que todo recurso necesita ser administrado con responsabilidad por quien lo consume, como el agua; en el caso de la música, si esta se usa y tira en exceso, terminaremos por desgastar nuestra capacidad de relacionarnos con todas las otras opciones que no están empujadas por los algoritmos, devastando a los nichos y convirtiendo la carrera de músico en una actividad de alto riesgo. 

Por ello, hay que tomar cartas en el asunto como fans, decidir qué escuchamos y no gravitar únicamente hacia lo más escuchado. En el fondo, ofrecer contenido desde su fama, es resultado de la disponibilidad excesiva y la caracterización de la audiencia más amplia, los jóvenes, usuarios bombardeados por la novedad y lo inmediato que apenas están construyendo su criterio. 

La tarea pendiente por parte de las plataformas para no desgastar su ecosistema aún es grande y es una conversación que está sucediendo, por lo pronto este artículo no trata de ellas, trata de lo que tú, de lo que nosotros podemos hacer: decidir conscientemente qué canción oír.

EMPRESA MUSICAL

  • Napster fue la primera gran red de intercambio de archivos, con unos 80 millones de usuarios.

LOS AUTORES

  1. Ana Rodríguez es empresaria y mánager musical con experiencia en comunicación, finanzas y gestión empresarial.
  2. Gerardo Rosado es músico y productor. Fundador del Sello Intolerancia y creador del Circuito Indio por Vive Latino.

Por Ana Rodríguez y Gerardo Rosado

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