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León Felipe y Luis Rius, en letras y en voz viva

En la década de los sesenta, los dos poetas grabaron las charlas que sostuvieron; ahora han sido rescatadas del olvido

CULTURA

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LUIS RIUS AZCOITA. Ca. 1980. Foto: Cortesía del autor.Créditos: Cortesía

Las sincronicidades afortunadas han sido una constante en las circunstancias y eventos dedicados al homenaje y al recuerdo de la vida y obra de mi padre, el poeta Luis Rius Azcoita. Así lo confirmé, una vez más, en 2019, en la víspera de la terrible pandemia mundial, cuando ocurrieron casi al mismo tiempo dos acontecimientos de importancia mayor, relacionados con su libro León Felipe poeta de barro (biografía). El primero: la nueva publicación de la obra por el Instituto Cervantes, en su colección Los galeotes, con un prólogo magnífico de Alberto Martín Márquez, director de la Fundación León Felipe. El segundo: el rescate de las cintas magnetofónicas que durante varios meses de 1967 grabaron las entrevistas y las largas conversaciones entre el viejo y el joven poeta, mismas que fundamentan la biografía.

Pintor exiliado

Esto último fue posible gracias a la generosidad de la familia del gran escritor, profesor y amigo de mi padre, Arturo Souto Alabarce –hijo del pintor exiliado, del mismo nombre–, que nos entregó varias de las cintas y materiales diversos que sirvieron a Souto para escribir el prólogo de la antología de poemas y ensayos de mi padre, titulada Cuestión de amor y otros poemas. Souto falleció en 2013, casi 30 años después que mi padre, quien se fue muy joven, a los 53 años.

Con las cintas completas (o casi), me di a la tarea con mis hermanas, Eugenia y Manola, de averiguar sobre su estado físico y la posibilidad de digitalizarlas y salvar lo más posible de su contenido. Advertimos que se encontraban bien, a diferencia de otras, también joyas, que guardan la voz de Rafael Alberti, por ejemplo, pero que se encuentran oxidadas y requieren tratamientos especiales. 

Paralizados

Con respaldo en autorizadas opiniones técnicas, nos dimos valor para escuchar las cintas en la Hemeroteca de la UNAM. Nos tenía casi paralizados el temor de que estuvieran dañadas o de plano borradas. No sólo eso: teníamos sobre nuestras espaldas la carga de su significado en la vida de mi padre y más allá de ella, y también la responsabilidad, por mandato de mi padre, de editar, con buen criterio, antes de darlas a conocer.

Apenas publicado el libro, en 1968, y ya fallecido León Felipe, las cintas se convirtieron en una obsesión para mi padre y para la familia. Cada tanto tiempo las mencionaba, preguntándose y respondiéndose que aún no era tiempo para darlas a conocer, por sus alusiones a amigos, enemigos y allegados, que tendrían motivos suficientes para montar un Cristo. Eso es lo que sabíamos. Ahora, al escucharlas en su totalidad, estamos claros que algunos temores de mi padre estaban bien fundados, por supuesto, pero también que algunas de sus reservas respondieron más bien a la finura y buena índole que lo caracterizaron.

Durante años creyó haber guardado las cintas en un banco. Cuando enfermó, acudió con su abogado a dicho banco y no las encontró. La noticia provocó alarma, desde luego, pero también humor cariñoso: cosas así solían ocurrirle.

Fondo de un clóset

Un día, las cintas aparecieron. Las encontró mi hermana Eugenia en el fondo de un clóset. Fue un motivo de alegría y fiesta en medio de la tragedia de su enfermedad.  Mi padre separó algunas y las entregó a Arturo Souto, con otros materiales, varios de ellos inéditos –como un diario de su estancia en Guanajuato, donde fundó la carrera de Letras Hispánicas en la Universidad de Guanajuato—, con miras a publicaciones póstumas, que, con la mayor diligencia, Souto coordinó y prologó.

A Alberto Martín Márquez lo fui poniendo al tanto de nuestros progresos con las grabaciones, y las mencionó en su prólogo de la magnífica edición publicada por el Instituto Cervantes. Muy pronto conocerá su contenido, ya digitalizado y, desde luego, sin censuras. De aquellos comentarios ácidos de León Felipe –verdaderamente un León–, no hay razón para asustarse demasiado. Divierten mucho, como tantas cosas que platican el viejo poeta zamorano y mi joven padre, de voz muy viva y jovial, algo aguda y limpia, aún no enronquecida por el cigarro.

Estridencia

Los gritos de León Felipe se sobreponen a la incesante estridencia que se cuela por las ventanas del modesto departamento de Miguel Schultz, de la colonia San Rafael de la Ciudad de México: cilindreros, vendedores de camotes, motores de coches y motos que parecieran tener el escape abierto. Cuánto ruido había en la calle en ese entonces. El teléfono interrumpe los profundos monólogos y diálogos, así como, eventualmente, también, amigos que llegan como Bertha Esther Fernández (la reconozco), gran cantante de legendaria belleza, y un banderillero que anima a León Felipe con su desfachatez y estilo directo y hasta brusco. Ocurren muchas cosas, y quien escucha está ahí, con ellos, como si fuera un fantasma al que le basta oír y observar con la mente.

El libro se presentó en el Instituto Cervantes, en Madrid, el 10 de diciembre de 2019. Intervinieron el propio Martín Márquez, Ernesto Pérez Zúñiga, director del Departamento de Actividades Culturales del propio instituto, y la gran actriz Isabel Ordaz. Tuve el honor y el inmenso gusto de participar.

Por Luis Rius Caso

avh