SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ

Leer a Sor Juana para “ignorar menos”

Su poesía y su prosa siguen resonando como eco de una mente prodigiosa que franqueó las limitantes de su época

CULTURA

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MIGUEL CABRERA. Sor Juana Inés de la Cruz, 1750. Óleo sobre tela, 281 x 224 cm. Museo Nacional de Historia. Foto: cortesía Secretaría de Cultura, INAH.Créditos: Foto: Cortesía

Que Juana Inés de la Cruz sea por mucho la figura femenina más conocida en los 300 años de historia novohispana se debe a su excepcionalidad, no sólo dentro del mundo femenino, sino dentro del género humano.

La consideración de sus “negros versos” como “escándalo público”, por parte del tristemente célebre Antonio Núñez de Miranda, empeñado en hacer de ella una monja ejemplar, la llevaría a reivindicar su vocación por la poesía en la Carta que le dirige en 1682, para “despedirlo” como confesor, después de 15 años.

 Nueve años después, volvería a poner en práctica su talento para “redargüir” o contraargumentar, en la Respuesta a sor Filotea de la Cruz, de 1691, en la que replica al obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, respecto a la sugerencia de dejarse de “versitos” y dedicar su entendimiento a escribir sobre teología.

Estas dos misivas manifiestan la convicción de una mujer que defendió a ultranza el ejercicio del conocimiento: “Lo que sólo he deseado es estudiar para ignorar menos”. En ellas se enorgullece de su condición autodidacta, teniendo sólo por maestro a un “libro mudo”, por condiscípulo un “tintero insensible”, y “muchos estorbos” en las religiosas obligaciones y distracciones de la vida en comunidad.

Cuando se le prohibió el estudio dentro del convento por creerse “cosa de Inquisición”, sor Juana reflexionó en todo lo que tenía al alcance, sirviéndole de libro la máquina universal de la naturaleza; desde discurrir los principios de la perspectiva y la esfericidad del mundo, a partir de las meras líneas rectas de un dormitorio, hasta las leyes de la física en el simple juego infantil de hacer girar un trompo.

El célebre retrato de Miguel Cabrera, del Museo Nacional de Historia, pintado 55 años después de su muerte, la muestra con la mirada fija hacia el espectador y su imponente biblioteca a sus espaldas. La consciencia de su genio como un “natural impulso”, le dio argumentos para reclamar el derecho al estudio. Aunque no llegó a concebir escuelas públicas donde las mujeres pudieran acudir —por salvaguardar su honestidad al evitar “la ocasionada familiaridad con los hombres”—, sí demandó poder hacerlo en ámbitos privados o particulares. Desde la quietud del claustro, se valió de la fascinación ante la naturaleza y la capacidad de contemplación que movía su interés científico. Su obra cumbre, Primero sueño, expresa esa pasión por el funcionamiento del universo en poderosas imágenes poéticas.

En medio de la crisis escolar que hoy impide la educación en las aulas de millones de niñas y niños a nivel mundial —resultado de la pandemia que azota al planeta—, la voluntad por vencer la ignorancia de una mujer del siglo XVII invita a imaginar nuevas formas de aprendizaje desde cualquier entorno.  La poesía y la prosa de sor Juana Inés de la Cruz seguirán resonando como eco de una mente prodigiosa que franqueó las limitantes de sus circunstancias para entregarse al sublime goce del conocimiento.

Por Alejandra Cortés Guzmán