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Retrato de la epidemia

CULTURA

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A lo largo de la historia del cine, diversos autores se han acercado a un tema extraído de los horrores mismos de la naturaleza: cuando un virus infecta a un cuerpo y se transmite a otro en distintas maneras, dominando a otra especie y provocando una epidemia mortal. Más allá de la enfermedad y la muerte en un contexto apocalíptico, que se va súbitamente como llegó, las epidemias han creado intensos paisajes cinematográficos en los cuales el espectador puede preguntarse el papel que jugaría en uno de ellos. ¿Cómo sobrevivir? ¿Cómo escapar de un enemigo invisible? Y sobre todo, ¿cómo evitar mostrar el lado más deplorable de la condición humana ante el peligro inminente?

Luis Buñuel, por su parte, enmarca en un poblado mexicano en tiempos de don Porfirio una derrota espiritual y a la vez un triunfo de la esencia humana. En Nazarín (1958), su protagonista, el padre Nazario, busca conciliar a una joven moribunda con Dios para que muera en paz. Es una escena inspirada en Diálogo entre un cura y un moribundo, un texto del Marqués de Sade que apasionaba al cineasta hispano-mexicano (muy lejano al texto galdosiano original). La mujer, en su delirio febril, rechaza a Dios y clama el nombre de su hombre, Juan. El padre Nazario trata de consolarla, de convencerla de que la paz del alma es mucho más importante que las pasiones de este mundo. Finalmente, Juan, un arriero, llega a la casa y le dice a Lucía, la moribunda, que está con ella al fin. Ella pide al sacerdote que se marche. Él lo hará de forma mucho más enérgica. Mientras Nazarín es testigo de cómo el verbo es derrotado por la carne, Juan besa a Lucía sin importarle el contagio, el sudor, la boca cuarteada o la fiebre quemante. Triunfa el amor loco, ese que va más allá de la muerte o lo divino.

Ganglios inflamados. Fiebre mortal. Rosetones en la piel. Delirio y finalmente la muerte. Son los síntomas de miles de víctimas que inundan las calles de una Ciudad de México apocalíptica, en la cual ocurre el argumento de El año de la peste (1978), dirigida por Felipe Cazals. Inspirado en un relato de Daniel Defoe adaptado a la era moderna por Gabriel García Márquez, la enfermedad que cobró millones de víctimas en la Edad Media refleja un horror diferente al retratado por Buñuel dos décadas antes, representado por la imagen de una niña que llora por las calles de aquel pueblo apestado arrastrando una sábana maltrecha. Ahora el horror es la actitud criminal de quienes ostentan el poder ante una epidemia que se les escapa de las manos. Cifras maquilladas, prensa amordazada, secretismo burocrático y gobernantes con muchas ases bajo la manga borran del mapa miles de cadáveres apilados en fosas comunes. Nadie sabe. Nadie supo.

Pareciera que las epidemias tienen aún mucho que contarnos. Toca a los cineastas del presente, a quienes la pandemia les cambió el futuro en tantos sentidos, contar las nuevas historias de la nueva normalidad.

Por José Antonio Valdés Peña

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