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Los debates por la historia

CULTURA

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Los momentos de debate político-ideológico suelen ser tiempos de polémica historiográfica. Los años con nuevos liderazgos suelen motivar discusiones comparativas sobre los dirigentes del pasado. Los cambios que amenazan el presente no sólo anuncian un nuevo futuro, sino que buscan ejemplos y argumentos en el pasado.

No hay la menor duda: en el México de hoy —¿no sería mejor decir "los méxicos"?— hay una notable y constante presencia de la historia. Congratulémonos, no puede haber buenas políticas sin una seria reflexión histórica. La nueva práctica es evidente: la imagen que se nos transmite del Presidente del país está amparada por varios personajes de nuestra historia. Pocas son las imágenes del Presidente inaugurando obras públicas, acompañado de otros políticos o en reuniones de trabajo. La escenografía predominante es la del Presidente López Obrador alternando con un grupo selecto de héroes patrios, aunque ha sido claro en su afán por incorporar nuevos héroes, ya sean Felipe Ángeles o Leona Vicario, grandes personajes ambos, pero sobre los que no ha habido la deliberación suficiente. De Ángeles, por ejemplo: ¿conocemos a fondo cual fue su relación con Victoriano Huerta entre su llegada a la Ciudad de México al inicio de la Decena Trágica y su salida a Europa un par de meses después?, ¿no se fue con algún tipo de comisión?, ¿eran aceptables todos los miembros de la organización que él creó en el exilio, la Alianza Liberal Mexicana?, ¿qué decir de su lucha contra la Constitución de 1917?, ¿y de su fascinación por Woodrow Wilson? Respecto a la admirable Leona Vicario, bienvenida su recuperación y su enaltecimiento, pero primero deberíamos conocerla para poder evaluarla debidamente. Hacer suyo este año es poner su contribución a la historia nacional por encima de la de Venustiano Carranza. Y agreguemos: si el año pasado fue declarado el año de Zapata por cumplirse el centenario de su asesinato, ¿por qué no se procedió igual con Carranza? ¿Son menores sus méritos que los de Zapata? Lo dudo: Carranza fue el jefe de la lucha victoriosa contra Victoriano Huerta; si Madero inició la lucha contra el Antiguo Régimen, Venustiano Carranza fue el que la acabo exitosamente, defendió la soberanía del país frente a dos invasiones extranjeras (el puerto de Veracruz y la Expedición Punitiva) y la Constitución que nos rige desde hace 100 años fue obra suya. Otra posibilidad hubiera sido que 2020 fuera el año de Lázaro Cárdenas. Merecimientos tiene de sobra. Sin embargo, reconozco que muchos hubieran considerado que ello implicaba la glorificación de un personaje histórico identificado con el partido y el movimiento en el poder. Bienvenida la recuperación de los grandes personajes hasta hoy ninguneados, pero no a costa de hacer ahora nuestras propias exclusiones.

El otro planteamiento consiste en asegurar que el país pasa hoy por un gran momento: la Cuarta Transformación. Esta afirmación asume varios temas de discusión: ¿es válido decir que los grandes momentos de nuestra historia son sólo los violentos? Sería tanto como aceptar la sentencia marxista de que la violencia es la partera de la historia. Es peligroso el error de minimizar las grandes transformaciones pacíficas.

A nivel mundial, pensemos en la Revolución Industrial, en la revolución científica, en la revolución tecnológica. ¿Cómo aquilatar entonces hechos como la invención de la imprenta, la Reforma protestante o la invención de la penicilina? Respecto a nuestra historia, implica minimizar procesos fundamentales, como el mestizaje, y dejar fuera injustamente a personajes como Sor Juana, Clavijero, Justo Sierra, Jesús Reyes Heroles y Octavio Paz.

La Historia es un proceso evolutivo en el que no hay líneas rectas ni fines incontrovertibles. La Historia también es la suma de los cambios y las continuidades, pero teniendo en cuenta que estos no son periodos antagónicos. Son sucesivos, pero no excluyentes. Para comenzar, en todo proceso de cambio —o transformación— hay elementos que permanecen, así como no hay un proceso de continuidad —corto o prolongado— que no implique varios cambios. En la Historia son imprescindibles y valiosísimos los procesos de transformación; son momentos proteicos. Pero son igualmente imprescindibles y valiosos los períodos de continuidad, de maduración lenta: los momentos de transformación son épicos, pero no necesariamente más benéficos que los periodos de sana estabilidad. Todos los países necesitan de ambos; además, así procede la Historia, y la Historia es ineluctable.

Además, toda gran transformación trae muchos beneficios, pero también incontables y dolorosos costos sociales. Pensemos en el millón de muertos de la Revolución. El reto de los grandes personajes —como Carranza— es reducir tales costos sociales. Sólo los personajes más autoritarios e insensibles de la Historia minimizan tales costos con la inaceptable afirmación de que ‘el fin justifica los medios’. ¿Es válido sacrificar a las generaciones actuales en favor de un hipotético beneficio futuro para las generaciones del mañana?

Por mi parte, estoy convencido de que el país necesitaba un gran cambio. No podíamos seguir en el mismo camino: la corrupción era inaudita; muchísimos mexicanos sufrían formas de vida indignas para un ser humano, y muchísimos ciudadanos estaban excluidos de la vida pública. Bienvenido el cambio, pero reduzcamos sus costos sociales.

Ojalá siga dándose una gran discusión sobre nuestra historia, pero el debate tiene que ser libre —más aún, libérrimo—. El reciente gusto por la Historia no debe terminar en la definición de nuevas verdades oficiales. Se puede y se debe enriquecer y ajustar el santoral patrio, pero no mediante procedimientos inquisitoriales ni a través de canonizaciones de facción.

El año próximo, 2021 exige grandes debates historiográficos: se cumplirán 500 años de la Conquista y 200 de la consumación de la Independencia (¡y 100 de la fundación de la SEP y de la muerte de Ramón López Velarde!). No busquemos subterfugios: la Conquista fue una conquista, con violencia, muchísimas muertes e irreparables destrucciones, pero hubo algo más: el nacimiento de una nueva entidad histórica, ni sobrevivencia pura de lo indígena, ni mera trasposición de lo español. Esa nueva entidad es nuestro México mestizo. Considérese además que las transformaciones sólo pueden darse sobre entidades históricas preexistentes y agotadas. Por lo mismo, los procesos fundacionales son más importantes que los de transformación.

Respecto a la consumación de la Independencia, por sabido se calla que no fue la que habían buscado Hidalgo o Morelos (tampoco la de ellos era la misma) pero era la única accesible, la posible. No estoy proponiendo, obviamente, que 2021 sea el año de Iturbide. Los historiadores no buscamos ni reivindicar ni condenar a los personajes del pasado; queremos tan sólo comprenderlos. Más difícil sería nombrar a Vasconcelos como el personaje del año. La fundación de la SEP lo justificaría, pero su posterior simpatía por Franco y por otros dictadores, así como su antisemitismo, lo hacen una propuesta inviable. ¿Y López Velarde? Menos, pero mucho nos ayudará el poeta a pensar en que además de las grandes transformaciones hay una corriente histórica subterránea, profunda, la de nuestro México inmutable. Ojalá discutamos pronto estos temas. Yo y muchos y muchas colegas lo estamos esperando.

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Por Javier Garciadiego

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