Si la memoria no me falla, gracias a mi querido Memo (Guillermo) Sepúlveda conocí al extraordinario Juan Soriano y a su compañero de
vida Marek.
Primero comimos con Memo en su casa de García, Nuevo León, y de ahí nos hicimos buenos amigos, tanto, que los invité varias veces a mi casa en Monterrey y, alguna vez, a Acapulco.
Esas tardeadas con Juan, Marek y Guillermo eran absolutamente divertidas, siempre llenas de risa y de anécdotas.
Juan, con esa carita que tenía de pícaro, mirada que, ¡wow!, te traspasaba y, al mismo tiempo, leía en una pasada de ojos: te veía de arriba abajo, te conocía de inmediato; mientras que Marek es adorable, Juan no pudo haber encontrado a un compañero de vida mejor: siempre cuidándolo, al pendiente de él. Una pareja sin igual.
Las charlas con ellos de arte, de su pasado, presente, futuro, sobre lo que amaban hacer, porque también les encantaba viajar, de hecho, una vez me tocó tener la suerte de comer con ellos en París, donde pasaban el
verano en su departamento.
[caption id="attachment_1198280" align="aligncenter" width="559"] Juan Soriano, Retrato de Xavier Villaurrutia, 1940. Óleo sobre tela. Acervo Museo de Arte Moderno. INBAL/Secretaría de Cultura.[/caption]
Me siento muy afortunada por haberlos conocido y tratado. Juan siempre tenía una picardía única, porque con ese –no sé si decirlo–
sarcasmo, pero no era que fuera sarcástico era que –un poquito como a la Oscar Wilde– muy fino humor, resultaba un gozo estar con
ellos.
Como anécdotas tengo muchas, pero en alguna ocasión compré una pintura de Juan en una subasta, obra de la cual me enamoré porque eran unos gatitos: uno chiquito arriba de otro grande, como si fuera una madre o un padre con su hijo.
Un día comiendo en mi casa, llegó Memo Sepúlveda y, al mostrarle el cuadro por primera vez, le pregunté: “¿Dime de quién es ese cuadro?, ¿de quién crees que pueda ser?”
Pero aquí hay un detalle: Juan tenía 16 años cuando lo pintó, imagínense que, aunque era Juan Soriano, ya había pasado por muchas etapas en su vida como gran artista y, pues, esta era una pintura de sus inicios. Memo la vio de lejos, luego se acercó un poco, y como tenía muy arriba la firma, no se veía. Después me contestó: “Bueno, por el estilo debe de ser de Juan Soriano”.
¡Wow! Nadie había de decir que era de Juan Soriano, pero bueno, Memo es un gran conocedor. En otra ocasión, platicando con Marek, me ofreció la obra La Primavera, así como un águila de bronce para el jardín, no de gran
formato, pero suficiente como para verse.
Cuando murió Juan, Marek me llamó para decirme que quería exponer el cuadro –que es todo en azul– en el Museo Reina Sofía, así que la pintura viajó como como seis, ochos meses o, a lo mejor, un año.
Cuando vino a devolver la pintura, el adorado de Marek me regaló el catálogo.
En fin, son muchas las anécdotas que tengo con ellos, es mucho el afecto, porque eran demasiado cariñosos; bueno Marek y Memo siguen siendo igual; Juan, que en paz descanse, era de una ternura fuera de lo normal, siempre me daban ganas de abrazarlo y todas sus charlas las guardo en la memoria como grandes tesoros.
Por Liliana Melo de Sada
lsolano28@gmail.com
fal
Descubre qué leer en El Podcast Literario