Si nos detenemos a pensar en aquello que conforma el imaginario alrededor del Día de Muertos, saltarán a nuestra mente los elementos característicos de las ofrendas y altares erigidos en esta festividad: cempasúchil, la flor de terciopelo, retratos de los difuntos, una amplia variedad de alimentos y bebidas, veladoras, copal, incienso y, claro, la presencia de esqueletos y calaveras, en la forma de calaveritas de alfeñique, calaveras literarias o representaciones de La Catrina en papel picado y otros soportes. Gran parte de esta cultura visual se desprende del legado de José Guadalupe Posada.
Posada nació en Aguascalientes en 1952, donde inició su formación en la ilustración y la caricatura política. Después de unos años en Guanajuato, donde perfeccionó su trabajo, en 1888 se establece en la Ciudad de México donde abrió un taller de ilustración cercano a la Catedral Metropolitana.
Sátira y muerte
Posada plantó la muerte como un recurso teórico recurrente profundizado desde la sátira y mostrando los rostros de la desigualdad. Uno de los abordajes más complejos de su gráfica en torno a la muerte es el de operar como registro a modo de crónica o nota roja. La calavera garbancera es, sin lugar a dudas, el tipo iconográfico mayormente difundido en su creación; lo compuso con el objetivo de mofarse de los garbanceros, vendedores de leguminosas que pretendían encajar en la alta sociedad o para vacilar a personajes acaudalados en el Porfiriato. En Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central (1947), de Diego Rivera, podemos identificar, en el centro de la composición, una versión infantil del pintor, cuya mano es sostenida de manera maternal por una calavera garbancera, personaje que él mismo rebautizaría como La Catrina; ésta es tomada del brazo por quien identificamos como Posada. Rivera propuso a Posada como un constructor clave en la identidad gráfica de la mexicanidad y lo enalteció como precursor del muralismo.
Calaveras del montón
Irónicamente, como si se tratara de una de sus jocosas calaveras, su muerte estuvo colmada de infortunios. Después del fallecimiento de su único hijo, Posada cae en una profunda depresión, muere el 20 de enero de 1913 como consecuencia del alcoholismo; su cadáver fue descubierto por sus vecinos en un cuarto en Tepito y trasladado al Panteón Civil de Dolores; al no completarse el pago de inhumación, su cuerpo fue trasladado a la fosa común.
Si bien sus restos no pudieron ser recuperados, vale la pena abrir espacios para homenajear su memoria, una indudable figura del pueblo para el pueblo, de gran relevancia para nuestra realidad tanatológica, cuyo desenlace, aún suscrito a la condición democrática de la muerte, es incapaz de ocultar la estela de incertidumbre desprendida de su propia pluma:
"...Pues decirlo no quisiera.
Me causa desesperación.
Porque tenemos que ser
calaveras del montón.’’
“La muerte es democrática, ya que a fin de cuentas, güera, morena, rica o pobre, toda la gente acaba siendo calavera." José Guadalupe Posada.
Por María Fernanda Abaroa