MUSEO FRANZ MAYER

Arquitectura Contemporánea

Se trata del cruce de escuelas donde contenedor y contenido evolucionan y se desarrollan de acuerdo con los signos de su tiempo. El contenedor habla del contenido

CULTURA

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Centro Cultural Alfa, Monterrey, NL, México. | Foto: Cortesía Francisco López-Guerra

Cuando me preguntan qué es la arquitectura contemporánea  me viene a la mente una historia. Dicen que cuando se inauguró el Pabellón de México en la feria de Sevilla, en 1992, el rey Juan Carlos preguntó al arquitecto Pedro Ramírez Vázquez cómo fue que México se dejó de escribir con jota y se empezó a escribir con equis. Esto a propósito de que la fachada del pabellón tenía la forma de una gran equis.

Don Pedro, con esa fina sencillez y contundente conocimiento de la historia, le respondió que México se escribe con equis porque somos resultado del cruce de dos culturas, la suya y la nuestra. Ambos rieron, pero yo me quedé con una lección tremenda: la arquitectura, toda ella, es la mezcla y el cruce de tradiciones, culturas, técnicas y visiones del mundo; es la suma de respuestas a las situaciones del espacio con una propuesta estética.

De aquí parto para ofrecer mi primera respuesta: la arquitectura contemporánea es el cruce de escuelas donde contenedor y contenido evolucionan y se desarrollan de acuerdo con los signos de su tiempo.  El contenedor habla del contenido.

Si miramos hacia atrás, podría decir que los fundamentos están en la Bauhaus que, para decirlo pronto, defendían un estilo sencillo y sin ornamentaciones. Eran obstinados en su pretensión de que la estética era menos importante que la función del edificio. Se buscaba que el arte se adaptara a las necesidades de la sociedad.

Foto: Cortesía Francisco López-Guerra.

La escuela nació en los años 20 del siglo XX y se acuñó una frase que se sigue usando “less is more”. Se propagó por todas partes, de Estados Unidos hasta Israel. Se dice que la Tel Aviv de los años 30 es la ciudad más Bauhaus del mundo.

Otra de las grandes influencias de esos años fue la de Frank Lloyd Wright, un hombre individualista, ajeno a las corrientes artísticas de sus años, pero con una gran fuerza estética. Diseñó el Guggenheim de Nueva York a finales de los años 50. Frank Lloyd Wright añade a la idea de funcionalidad la dimensión humana. La pregunta era cómo la construcción enriquecería la vida de sus habitantes y eso se terminó llamando arquitectura orgánica.

Desde que empecé mis estudios de arquitectura tuve la fortuna de colaborar de manera muy próxima al arquitecto Pedro Ramírez Vázquez en diversas épocas, y también puede acercarme a Ricardo Legorreta, quien me permitió aprender de él. Ambos fueron vehículos donde transitaba la fuerza y la riqueza de nuestra cultura. Para mí, aprender de ellos significó profundizar en nuestra historia y constituyó un enorme gusto, así como un reto, tratar de comprender cómo creaban su propia  “X” con la riqueza de otras culturas.

La sobriedad del Museo Nacional de Antropología, que se inauguró el 17 de septiembre de 1964, y la alegría del Hotel Camino Real que se inauguró en julio del 68, fueron el punto de partida del proceso de aprendizaje de la arquitectura contemporánea en México. Ramírez Vázquez trabajaba en una forma muy sobria, decía que “el Museo es, de todos los edificios, el gran comunicador por excelencia”.

SEMILLA. Museo de Ciencia y Tecnología, Chihuahua, Chih., México.| Foto: Cortesía Francisco López-Guerra.

En esa época se dio un despliegue de arquitectura en nuestro país como resultado de la XIX Olimpiada. A partir de entonces se generaron ejemplos  importantísimos por toda la ciudad, que representan una evolución y propuesta propia. Para el evento se realizaron edificios vanguardistas que nos emocionaban a todos, edificaciones con interesantes e ingeniosas soluciones.

Quizá toda esa mezcla me permitió apreciar, en los años 70, una atractiva nave espacial que recién había aterrizado en París. Me refiero al Pompidou con una evolución impresionante de tecnología, con un efecto en lo popular y en lo social de gran importancia. Este es otro hito que marca el inicio de una nueva época.

En 1997, la Secretaría de Relaciones Exteriores convocó a un concurso para la creación de la nueva sede diplomática de México tras la reunificación de Alemania. Todos los competidores viajamos juntos a Berlín y hubo un proceso de discusión apasionante sobre arquitectura; vimos los edificios más relevantes en la ciudad, desde Schinkel, Mies, hasta Piano, y pensamos de manera colectiva en el trabajo que hacíamos en ese tiempo.

Ese cúmulo de información tuvo un enorme impacto en mí, en mi conocimiento y en mi forma de entender la arquitectura contemporánea. Creo que ello me ha respaldado para dar los pasos a las prácticas que he podido ir realizando con el tiempo.

La arquitectura contemporánea es entonces para mí y, a partir de mi experiencia, sobre todo, un proceso de aprendizaje. Todas las oportunidades que he tenido se han ido decantando. Cada vez que tengo ocasión me voy metiendo más, ejerciendo esa mezcla de la arquitectura contemporánea que he observado del mundo, sumada a las raíces de lo aprendido en mis años de formación.

Para el Pabellón de México en la Expo Alimentaria, en Milán 2015, presentamos el Totomoxtle, la hoja del maíz  que es la aportación de México al mundo, como forma para el edifico. Las palabras que Rafael Tovar y de Teresa escribió quizá ilustren mejor mi propuesta: “Cuando conocí el Pabellón de México en la Expo Milán 2015, supe que estaba frente a la evolución de la arquitectura mexicana: pude ver con claridad el puente del siglo XX al XXI.

Pancho asimiló las raíces de la elocuente potencia cultural de nuestro México y logró una síntesis de arquitectura contemporánea sobre bases históricas. La crítica italiana, siempre aguda en su observar, la ha calificado como La Forza dell’Idea. La influencia de Pedro Ramírez Vázquez y de Ricardo Legorreta en su formación se refleja en una manifestación elocuente donde el diseño moderno se desarrolla sin dejar atrás la raigambre de nuestros orígenes, de nuestra historia”.

Foto: Cortesía Francisco López-Guerra.

Por Francisco López-Guerra Almada

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