En una casona porfiriana de principios del siglo XX, de la colonia San Rafael, en la Ciudad de México, conviven obras de algunos de los artistas más relevantes del arte contemporáneo: Yayoi Kusama, Daniel Buren, Gilberto Aceves Navarro, Roy Lichtenstein, Jannis Kounellis, Francisco Toledo y Damian Hirst. Se trata de la Galería Hilario Galguera (GHG), espacio que marcó un hito en la exhibión de arte en México, debido a su tenaz apuesta por exponer obras de alto impacto internacional.
Con una sede en Berlín y próximamente una más en Roma, la galería homónima del arquitecto Hilario Galguera se convirtió en la primera, mexicana, con un espacio en Europa. Ahora es una de las más representativas del arte contemporáneo en México.
GHG destaca por apoyar la carrera de artistas nacionales y llevar sus obras a otras latitudes; también por ser uno de los espacios latinoamericanos con mayor reconocimiento. Pero no siempre fue así: antes, Galguera tuvo un proyecto que casi terminó con su carrera, “al inicio me llamarón malinchista y no creían en mí. No tuve éxito y el arte me destruyó, pero fue el mismo que años después me salvó”, confesó en entrevista.
DESDE LA RAÍZ
El trabajo de Galguera como coleccionista comenzó de manera amateur. A mediados de los años 80 trabajaba como arquitecto en la Zona Rosa, donde disfrutaba visitar las galerías más importantes de la época: “Adquirí mis primeras obras, de Francisco Corzas y Pedro Coronel, aún las conservo”.
Años más tarde tuvo la oportunidad de trabajar en Los Ángeles con ACE Gallery. Inspirado por el acervo internacional de aquel lugar (que abarcaba más de cuatro mil metros cuadrados), Galguera reflexionó sobre las obras que había en las galerías mexicanas y el potencial que podrían tener con piezas de los mejores artistas contemporáneos.
Con esa premisa decidió gestionar una sede en México, “para la inauguración presentamos la primera exposición de maestros contemporáneos internacionales en México”, con obra de Antoni Tàpies, Roy Lichtenstein y Francisco Toledo.
Las personas que conocían a Galguera, cuestionaban la coherencia de sus actos: ¿Por qué un mexicano apostaría a la difusión de obras internacionales en lugar de promover el arte mexicano?, la respuesta era simple: “Mi teoría era voltear los reflectores internacionales hacía México para posteriormente llevar el arte de mexicanos al extranjero”.
Su “teoría” no funcionó como hubiera deseado y debió cerrar en 2001: en los últimos tres años solamente vendió una pieza anualmente: “No se lo deseo a nadie, perdí los ahorros de toda mi vida. No me quedaron ganas de volver al arte nunca. Me tocó trabajar hasta de jardinero para sobrevivir”.
Tras cinco años de laborar en todo, Galguera conoció a Damian Hirst: “Fue un encuentro fortuito, lo conocí por casualidad en una de sus visitas a México; lo lleve a las luchas, a Xochimilco, a Garibaldi, El Ángel”. Hirst y Galguera se hicieron buenos amigos: “siempre he creído que el arte buscó regresar a mi vida para salvarme". En 2006 inauguró la Galería Hilario Galguera con la primera exposición de Hirst en Latinoamérica.
Por: Fanny Arreola
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Pionera en la escena internacional
El espacio fundado en 2006 se ha convertido en una referencia del arte contemporáneo mundial en México, pero no ha sido sencillo: al inicio lo tacharon de malinchista