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Los juegos que fueron robados

La familia del escultor mexicano cuenta a El Heraldo de México cómo su padre fue despojado del diseño de los célebres animales de concreto que poblaron los parques del país

CULTURA

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Ésta es una historia de fraude y olvido. Corría el año de 1969 y el escultor Alberto Pérez Soria fue contactado por el Instituto Nacional de Protección a la Infancia (INPI), antecedente del DIF, para diseñar los juegos infantiles que se planeaba colocar en los parques de todo el país. Formado en la Academia de San Carlos, el artista creó modelos a escala de animales ergonómicos, para ser fabricados en concreto, y en los que los niños podían jugar. “Su labor fue de diseñarlos y no de producirlos en masa, eso fue otra cuestión”, cuenta Alberto Pérez Rodríguez, hijo del artista. Frente a las ocho pequeñas maquetas que la familia conserva, Alberto recuerda cómo su padre vivió los últimos años observando que sus esculturas invadían los parques sin que nadie supiera que él era el autor. El de Pérez Soria es un relato más de la corrupción mexicana. El escultor diseñó un conjunto completo de modelos que permitían al niño integrarse al juego, mediante huecos en las piezas. Además de funcionales y duraderos, resultaban estéticos: los responsables del encargo vieron una oportunidad de negocio y le pidieron al artista que doblará el precio; Pérez Soria se negó. [caption id="attachment_617329" align="aligncenter" width="600"] JUEGOS. El artista creó modelos a escala de animales. Foto: Daniel Ojeda.[/caption] “Él no cae en el juego de que le pidan un moche”, dice su hijo. Los funcionarios fingen que no hay problema y le prometen un cheque y plastilina para comenzar con el modelado: “Al taller llega media tonelada de plastilina, medio cheque y nunca más lo vuelven a contactar”. Alberto tenía 12 años cuando su padre murió, tiene dos hermanas y entre todos, trataron de rescatar la historia. En total, Pérez Soria diseñó un hipopótamo, jirafa, tortuga, oso, gorila, rinoceronte, elefante, cisne, foca, dos peces y un niño jugando, pero se quedó esperando a sus contratistas, hasta que un día “comienzan a aparecer los animales en todos los parques en una versión distinta: les cambian las formas, no son tan estilizados, las líneas son más agrestes, más filosas e incluyen otros animales, pero el concepto es el mismo”. De carácter más bien indulgente, el escultor decide dejar las cosas por la paz. A pesar de todo, piensa su hijo: “Debe haber estado contento en algún momento de que su modelo haya cumplido con el objetivo; a pesar del mal trago, siempre decía decía: ‘ Los diseñé, están ahí, qué bueno que los niños están disfrutando’. Eso le debió haber dado alegría”. La historia de Pérez Soria ha comenzado a recuperarse con el libro Playgrounds del México moderno, de Aldo Solano, pero su familia cree que aún falta mucho por rescatar. Además de escultura pública en la CDMX, realizó piezas que se conservan en Querétaro, Cuautitlán y Oklahoma, EU. Por Luis Carlos Sánchez lctl