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Cortés y la ciudad que maravilló a su ejército

el historiador christian duverger afirma que el conquistador entendió mesoamérica y su forma de vida, lo que le permitió entrar sin violencia a tenochtitlan y encontrarse de frente con moctezuma II

CULTURA

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Cuando el 8 de noviembre de 1519, Hernán Cortés se encontró por vez primera con Moctezuma, el español quedo asombrado. Frente a sus ojos se extendía una ciudad “que hasta ese momento no existía más que en sus sueños”. Las amplias calzadas que dirigian al islote no tenían nada que ver con los angostos callejones de las ciudades medievales europeas y ninguna otra urbe, incluida la poblada Sevilla, que sumaba entre 45 y 60 mil habitantes, podía compararse con los 300 mil pobladores que reunían Tenochtitlan y Tlatelolco.

“Era diez veces más que lo que tenía una ciudad de Europa y todo el conjunto del Valle, con Xochimilco, Iztapalapa, Coyoacán..., eran alrededor de tres millones”, dice el antropólogo e historiador francés, Christian Duverger. “Cortés está fascinado porque no hay comparación con el Viejo Mundo”, insiste.

El conquistador había cumplido una travesía de casi diez meses, desde el 19 de febrero de 1519, que salió de la isla de Cuba con dirección al centro de México. Duverger dice que Cortés sabía perfectamente “qué era México, quién era Moctezuma” y, sobre todo, “cómo funcionaba el imperio nahua”. Había sido difícil el trayecto, pero su comprensión de que en Mesoamérica existía una organización similar a lo que ahora asocia con el mestizaje, le ahorró sangre y fuerzas.


[caption id="attachment_733523" align="aligncenter" width="600"] EDICIÓN. Duverger se ocupó de Cortés. Foto: Leslie Pérez[/caption]

Aquella odisea, que también puede leerse como una gran épica de aventuras, ha sido objeto de Duverger. El francés es coautor, junto con el antropólogo Luis Barjau, del libro, de próxima aparición, Pluma y Plomo-Plomo y Pluma, editado por El Heraldo de México. A él, ha correspondido ocuparse de Cortés, al que ha estudidado profundamente. Junto con un conjunto de obras elaboradas por Emiliano Gironella Parra, el volumen incluye el ensayo “Cortés. De Santo Domingo a México-Tenochtitlan”, así como el enlace a las 20 columnas que el autor publicó en estas páginas.

En encuentro de Cortés y Moctezuma representó la entrada pacífica de los españoles a la ciudad mexica; Duverger dice que la expedición resultó victoriosa, pero el conquistador nunca reveló del todo su éxito. En su columna quincenal, afirma, intentó contarlo: “Creo que yo revelo de alguna manera, el secreto de Cortés, quien entró finalmente sin librar batalla porque había entendido la manera de entrar a Mesoamérica sin librar pelea”.

Antes de partir a México, Cortés ya llevaba 15 años viviendo en las Antillas: había llegado en 1504. Además de vivir con una india taína, con quien tuvo una hija, afirma el historiador, se había dado cuenta del fracaso español en la conquista de Santo Domingo y después, en 1511, de Cuba. “Le gusta vivir a la manera indígena, poco a poco abandonó la manera tradicional de vivir de los españoles y pasa del lado indígena; eso tiene su importancia porque recuperó una idea de Mesoamérica que es la del mestizaje”.

A decir de Duverger, entre los pueblos mesoamericanos había una vieja tradición hospitalaria que afincó el mestizaje entre ellos. Los pueblos nómadas (chichimecas), solicitaban constantemente su admisión entre las poblaciones ya establecidas: “En Mesoamérica la milpa se desarrolló siempre con la aportación de los nómadas que entraron durante los ultimos dos mil años en el territorio de los agricultores sedentarios y solicitando de manera permanente, su adminsión en este mundo y por tanto, generando un mestizaje”. Esa idea, habría sido la que aprovechó Cortés.

“Se dió cuenta que había una especie de puerta de entrada posible”. Cortés, agrega Duverger, no pensó en utilizar la violencia porque no tenía los medios: llevaba apenas 500 hombres; 10 cañones y unos cuantos arcabuces, que necesitaban entre tres y ocho minutos para cargarse y ser disparados. En su lugar, Cortés escogió el mestizaje.

 

POR LUIS CARLOS SÁNCHEZ

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